Friday, October 27, 2006

Colgada como un fuet.


Sé, me consta, que ahora mismo no voy a ser políticamente correcta. Pero, mirad, no nos engañemos que a todos nos apetece serlo cuando toca. Menos a Bush, el americano, que siempre pone excusas pero lo que de verdad le mola es dejar al Corán sin huestes. Pero no lo dirá, no, que luego todo se comenta.
La cosa viene a cuento porque conocer a David, el de la foto, y colgarme como un fuet después de una matanza (no de moros como las de Bush, sino de un cerdo pata negra ), fue todo una. Tranquilas, amigas sin pareja ni sexo concertado; tranquilos, ex-novios que queréis verme hundida en la más cruel soledad (sé que, en el fondo, sólo queréis mi bienestar lejos de vosotros). Que nadie se altere, que no pasó nada. ¿Por qué? Porque David, como hombre guapo, “pastillitas” (por los músculos, no confundir), encantador, caballero, galante y seductor, David, chicos y chicas, es gay.
Él sí se colgó, pero de mi brazo para pasearnos por “lo más” de la Ibiza canalla. Su novio, Pietro, tan encantador como él, caminaba cerca, vigilante y atento. ¿Todavía no habéis reconocido a David? Es el hombre Marlboro, esa marca de tabaco que me mata día a día. Y yo, imbécil, sabiéndolo. Sí, el de la silueta del vaquero montado a caballo, observando la manada de reses y encendiendo un cigarrillo.
Ya me fastidió que David fuera gay (y sin posibilidades de combinaciones hermafroditas) después de tan varonil imagen asumida durante tantos años en los Movirecord y en la propia cajetilla, antes de que aparecieran esos espantosos mensajes para que nos sintamos un poco más culpables cada día. Pero más me fastidió aún saber que no fuma. Y más aún saber de su miedo a los caballos, el animal que más me gusta y con el que mejor conecto. Ninguna de los tres componentes para mí tan esenciales de la vida, responde al perfil de David: hétero, fumador y jinete.
Reflexioné, me dejé querer y le quise. Me gusta que se cuelgue de mi brazo como un fuet. Y me gusta el fuet. Y os juro que la foto no es montaje. La disparó mi amiga Rosa Clará en la piscina ibicenca de Alex Estiles y Xavi Lanau.

Thursday, October 26, 2006

Diccionario de excusas


Hace unos días me llamó una amiga periodista para saber si yo asistía a uno de esos actos intermedios que, en honor a la verdad, ya que estamos les digo (espero que algún rrpp lea ésto) que cubrimos si la semana va escasa de news y eventos varios. ¿Que va llena y no tenemos bastante papel? Pues se quedan fuera. Y el que se queda afuera, lamentablemente, es siempre el más pobre porque tiene menos crédito en el banco y menos posibles de inversión.
-No, no voy – le contesté. Necesito algún momento para ir al lavabo, al super y a la pelu.
-Pues yo tampoco voy – me contestó ella – y de paso voy al Mercadona a por el roast-beef ese envasado que está que te mueres de rico y soluciona un montón. Lleva hasta la salsa.
-Es verdad – le dije-, yo sin éso no soy nadie. ¿Has visto que también tienen bressaola y carpaccio? Lo que no te recomiendo es la salsa del carpaccio; demasiado ajo, y si te cruzas con Victoria Beckham es capaz, con lo borde que es, de tirarse un pedo, que seguro que le gusta más su aroma que el del ajo.

Ja, ja, ja… mil “jas” de complicidad. Mi amiga colgó. Al momento volvió a llamar:

-¿Qué excusa le has dado al rrpp para no ir?
-Ni media. Ya es lo que faltaba, tener que dar excusas. Ya le confirmé mi no asistencia cuando me dijo con una semana de antelación que necesitaba saberlo porque todos no cabíamos. Insistió en una respuesta rápida y se la dí: “pues no iré, así dispones de un lugar más en la mesa”.
-Pero yo sí confirmé.
-Entonces sí toca excusa.
-¡Ayúdame! Estoy bloqueada.
-Envíale un sms sin lugar a respuesta o llamada: “estoy en plena sesión de fotos y no te puedo ni llamar. Mil disculpas, pero no llego a tiempo. Hablamos mañana. Besos. L.”
Jugada perfecta. Ni ella asistió ni el rrpp la llamó. Concluyó dos días más tarde con un “qué lastima perdérmelo” de ella, y un “pues sí porque estuvo genial” de él.
Como cuando tengo tiempo reflexiono – si no, ni se me ocurre -, esa noche lo tuve y se me ocurrió una lista de excusas para no asistir a todas las convocatorias a las que nos convocan los convocadores y que nadie, ni ellos, ni nosotros, ni las marcas patrocinadoras, ni las madrinas del cash por ir, se ofendan. Ahí, y dedicadas a mis colegas de la press army, van unas cuantas y en distintos formatos:

-Imposible, he quedado con mis hijos (oral y con voz de madre o padre)
-Será difícil. Es posible que no esté en la ciudad (oral, firme, con decisión y espíritu de viaje internacional)
-No puedo hablar. T llamo dspués (sms)
-No asistiré. He kdado con mi editor (sms)
-Perdona, no puedo hablar ahora. Te llamo (oral, con la voz muy, muy flojita y clandestina)
-Me encuentro fatal. ¿Me envías la info? (oral, tono de tristeza, compungido, con cierta culpabilidad incluso)
-Mi director me envía a otro acto (oral y en tono inexcusable. Ojo con ésta que a menudo puede ser cierta)
-Es el cumple de mi madre y tengo fiesta sorpresa (oral con tono cansino, por lo de la reunión familiar y todo éso)
-Bautizan al niño de mi prima. Fíjate, en jueves. ¿A quién se le ocurre? (oral y con tono “qué idiota es mi prima, ¿no?”)
-Tengo puntos de Iberia y me voy a Cuenca una semana (oral y en tono de agotamiento y de merecido descanso en Cuenca, donde no hay aeropuerto pero tardarán en reaccionar).
-No podré ir, tengo hora en el podólogo (este puede tener ambos formatos, sms y oral, porque suena tan extraño lo de ir al podólogo que nadie os lo cuestionará).

Y si os llaman al móvil y en ese momento no lleváis impresa esta lista o no os viene a la cabeza ningún renuncio creíble, y decís “ahora no puedo hablar” , hay muchas probabilidades que os contesten: “bueno, pero escucha, te llamo para sab….” En este punto hay que desconectar y “a otra cosa, mariposa”.

Excuso deciros que la labor de los rrpp es impagable en cuanto a que nos solucionan muy a menudo el día a día. BESOS A TODOS.

Tuesday, October 24, 2006

La boda, los solomillos y los Mossos.



Hace unos días asistí a mi primera boda gay, y si todo, Ayuntamiento, copas, fiesta, resultó genial, el cierre, ya de madrugada, estuvo a la altura de las circunstancias.
Les sitúo desde el principio en una boda de 400 invitados en la que casi todos nos conocíamos y en la que me harté de llorar de emoción. Se juntaron dos circunstancias para que Alex Salmon, mi director en el diario EL MUNDO, me diera página de crónica al respecto. Una, que era la primera boda gay oficiada por el nuevo alcalde de Barcelona, Jordi Hereu. Otra, que en las primeras filas se sentaban Loles León, Rosy de Palma, Cayetana Guillén, Bibiana Fernández, Custo Dalmau… Famoseo, vaya, y buenos amigos de los novios. El diario publicó mi crónica, pero la que sigue a continuación es sólo para blog-adictos.
Vuelvo al cierre, en la madrugada, y después de nueve horas montada, literalmente, en unos Prada de charol negro con tacón de 22 centímetros. Abandoné los exquisitos jardines del Hotel Miramar junto a dos buenas amigas, Encarna Delgado, delegada de la revista Gentleman en BCN, y Lucía Trigo, lo propio de HOLA! Atravesé setos y pasillos ya con los Prada en la mano, y al llegar a recepción las circunstancias freak que siempre acaban apareciendo en mi vida entraron en escena. Por un lado Rafa Amargo, con peto tejano y gorra de camuflaje, se unió a nosotras para “bajar” a la ciudad. Por otro, la historia del solomillo que ahora les cuento.
Resulta que la hermana de Encarna había reservado un par de solomillos en El Corte Inglés. Como vive en Mataró y sabiendo que Encarna íba de boda a Barcelona, le pidió que recogiera el encargo. Cosa que Encarna, vestida de Victorio&Lucchino y con la mantilla de blonda de su abuela, auténtica, aceptó. Al llegar al Miramar, pidió en recepción que le guardaran los solomillos en la nevera. Al salir, pues, la misión era recuperarlos.
Llegados a este punto, el tipo que se había hecho cargo de los solomillos había cambiado el turno, con lo que el nuevo conserje empezó un periplo que ni él mismo hubiera imaginado.
-Señora, le dijo, el responsable de las llaves de las cámaras se ha ido a su casa.
-Pues yo no me voy sin mis solomillos- respondió Encarna.
-Pues claro, añadió Lucía. Si se dejan solomillos en recepción es para que los guarden un rato, no para que se marche una a casa sin ellos.
-Pues si los solomillos tardan mucho – dijo Amargo – yo llego tarde a mi cita.
-No se preocupen señores- dijo amable el conserje. Conseguiré los solomillos.
Nos sentamos en la elegante recepción (yo descalza) y a todo aquel que pasaba y preguntaba le decíamos. “Estamos esperando los solomillos”. Y como nadie estaba lo bastante sobrio para dudar del comentario, pues la cosa es como que íba pasando de boca en boca.
Diez minutos más tarde reapareció el conserje.
-Alégrense señores- dijo. He conseguido las llaves de las cámaras.
Orgulloso y eficiente, el empleado se dirigió a las tales cámaras.
Volvió al cuarto de hora.
-Mire señora- dijo dirigiéndose a Encarna – yo no encuentro sus solomillos. Le he dado la vuelta a las neveras y sus solomillos no están.
-Pues yo no me voy sin los solomillos- respondió ella ya molesta.
Es que si no aparecen – siguió – mañana tendremos que comer huevos con patatas fritas.
-Pero ¿cómo nos vamos a ir sin los solomillos? ¿Dónde están los solomillos?, decía Rafa.
-No se preocupe- contestó el conserje muy apurado – que mañana por la mañana le hacemos llegar los solomillos a su casa.
-Vivo en Mataró- le aclaró Encarna.
-Pues nada, tranquila que se los llevamos a Mataró – concluyó el empleado.

La parte que sucedió desde que el conserje consiguió las llaves de las cámaras me la contaron, porque entonces yo, con la sensación de estar en estado semi-etílico, ya había subido a la moto y me había marchado a casa con los pies, de nuevo, aprisionados en los Prada. Al llegar abajo de la montaña me pararon los Mossos.

-¿Puede usted bajar de la moto? La hemos visto hacer algún quiebro y vamos a comprobar su nivel de alcoholemia- me pidieron.
-Oiga- dije- ¿no puedo soplar sin bajar de la moto? Es que con estos tacones me cuesta un montón poner el caballete.
-Pues tiene usted que bajar señora- me contestaron muy serios pero ya algo alucinados, no sé si por la situación o por la impresión que les causaron mis zapatos.

Me bajé, puse el caballete no sé aún cómo, y me quité el casco. Aquello había que salvarlo o me quedaba sin puntos. Me quité el guardapolvo que cubría mi indumentaria de fiesta y apareció mi otro guardapolvo, pero de terciopelo azul con un broche brillante de piedras de colores en forma de pez y de considerable tamaño. Un Mosso se quedó mirando el broche y me dijo:
-Qué pez más bonito.
-¿Le gusta?- dije yo. Me lo compré en Paris hace años. Es un vintage auténtico.
-¿Un qué?, me preguntó.
Se lo expliqué y dijo:
-¡Ahhhh! Pues le queda muy bien y le da mucha luz.
-Pues muchas gracias, oiga- dije yo.
-Mire - dijo él mostrándome una bolsita. Aquí hay una boquilla que debe usted dresprecintar. Luego la coloca en el aparatito y si da usted menos de 0,25 de nivel podrá irse a casa.
-Vengo de una boda – le dije - y detrás de mí vendrán trescientos más. Estoy segura de dar positivo, así es que ¿nos podemos ahorrar el festival?
No me lo pude ahorrar. Ya resignada le dije:
-Tengo que abrir el cofre para sacar las gafas y quitar el precinto porque, mire usted señor Mosso, yo sin gafas sólo veo códigos de barras.
Abrí el cofre y saqué las gafas-lupa. El Mosso miró al interior y vio un par de zapatos. Me miró los pies.
-Pues sí que lleva usted unos tacones altos- me dijo. ¿Por qué no se pone los zapatos del cofre?
-Era lo previsto, dije, pero por diez minutillos ya no valía la pena. Yo no sabía que además de asistir a mi primera boda gay asistiría a mi primer soplo por alcohol. Porque positivo doy seguro.
Desprecinté, coloqué la boquilla en el aparato y soplé. Tenía que soplar hasta que se apagara el piloto verde, y la primera vez no lo conseguí.
-Coja usted aire señora - dijo el Mosso. Piense que este aparato está diseñado incluso para asmáticos.
-Ah! - contesté. Pues debo ser más que asmática porque no creo que vaya a conseguirlo.
-Usted coja aire – me animó.
Pero antes de coger aire, le dije:
-Un momento, que hago una llamada.
-¿No puede usted esperar? - dijo el Mosso en tono ya un poco desesperado.
-Mire, no, le contesté. Ya verá usted, es logística.
Llamé a Encarna y le dije:
-Oye, estoy con unos Mossos muy simpáticos que me van a hacer soplar, y como estoy totalmente taja pues como que no me van a dejar marchar. Así es que pasas por aquí y me recoges.
-¿Estás loca?- me dijo Encarna. Si paso me hacen soplar a mí y dormimos todos en el cuartelillo. Además, Rafa tiene prisa.
-Pues también es verdad. Si vas taja, mejor no vienes, ya me espabilo.
Los Mossos, a todo esto, alucinaban.
-Bueno, señora, ¿va usted a soplar o no?
Finalmente, soplé. Dos veces, para que quedara claro mi estado. Y ahí empezó mi decepción. El aparato midió 0,07.
-Señora, da usted menos de lo que piensa. No está usted bebida.
-De eso nada, me enfadé. Estoy bebida y quiero soplar de nuevo. Es más, seguro que su aparato está roto.
Me dejó soplar de nuevo y nada, 0,07. Me fui muy triste, y al llegar a casa llamé a Encarna, que ya estaba en el coche con Lucía y Rafa y sin haber resuelto el tema solomillos.
-Dicen que mañana me los llevan a Mataró – me dijo Encarna.
-Pon el altavoz- le dije- que tengo algo importante que deciros a todos.
Encarna lo puso y oí las voces alentadoras de mis amigos.
-Acabo de saber, sentencié, que ya no sirvo ni para borracha. Les conté el episodio y me dieron ánimos, comprendiéndome. A Encarna se le ocurrió la gran justificación a mi disgusto:

-Esto es porque metabolizas muy bien el alcohol.
Me quedé con la frase, algo más conformada, hasta que ya casi de día me dí cuenta del horror que significaban sus palabras. Porque si yo metabolizaba el alcohol de tal forma que seis copas de tinto daban un 0,07, era porque todo aquel alcohol se convertía en celulitis. O sea, que o dejaba de beber vino tinto, uno de mis placeres, o asumía la metabolización del alcohol como parte de mi cuerpo. Dios mío!!! Qué drama!!!
Me levanté al cabo de unas horas con la firme decisión de no volver a beber tinto a menos que fuera un reserva de Muga, como el de la boda.
A primera hora de la tarde llamé a Encarna para conocer el destino de los solomillos. Así me contó el final:

-“Verás, ya de camino a Mataró y después de dejar a Rafa y a Lucía, caí en la cuenta de que dentro de la bolsa de los solomillos estaba también mi billetero. ¡Dios mío!, pensé, ¿qué hago yo ahora? Respiré hondo y pensé que dando media vuelta no solucionaría nada, así es que me acosté y, por supuesto, no dormí pensando en los putos solomillos y el billetero. A media mañana he llamado al Miramar y me han dicho que los solomillos, por fortuna, habían aparecido. Al decirles que miraran en el interior para ver si también estaba mi billetero, se han cerrado en banda y me han dicho que no podían hacerse responsables de esta situación y que en tal caso no me llevaban los solomillos a Mataró, que tenía que ir yo de nuevo allí. Bajo a Barcelona y tras unas cuantas vueltas (Encarna es incapaz de encontrar un lugar a la primera) he conseguido dar con el Miramar. Los solomillos y todos los conserjes esperaban en recepción. Lo cierto es que me sentí ligeramente observada. En cuanto al billetero respiré tranquila. Allí estaba, intacto aunque con los billetes algo húmedos. Los he colgado en el tendedero de casa y ya están casi secos”.
-¿Y qué habéis comido en casa a mediodía?
-Pues el plan B, huevos fritos con patatas.
Los solomillos pasaron directamente al congelador de Encarna, a la espera de ser cocinados el siguiente domingo.
Yo sigo pensando cómo resolver la cuestión del alcohol y su metabolización. ¿Estaré configurando un foie gigante con mi pobre hígado? A Rafa Amargo le he enviado un mail para que se tranquilice, porque anda preguntando a tods si alguien sabe algo de los solomillos de Encarna. A quien lea esta crónica post-boda, le juro que todo lo que explico sucedió.

Monday, October 23, 2006

HABITAT: TARJETA DE DESCUENTO

Hola a todos los que sóis y estáis. Ciertamente, HABITAT, que quiere y mima a sus clientes, nos envió una tarjeta de descuento a la tropa de prensa. El jueves 19 de octubre fui, pues, a HABITAT de shopping. Compré, claro, ¿quién no? Entre muchas cosas el primer cajón de la cocina para mi hija Bárbara que se independiza. Ésto significa todas las "andróminas" de madera, las pinzas, el pincelito para la yema de huevo, la espumadera... Todo éso tan prosaico y necesario.
Llegué a caja, y había olvidado mi tarjeta de descuento. DIOS!!!!! Bueno, pensé, como todo va informatizado me localizarán. Y ésto fue lo que pasó:
Se acercó una encargada, bajita, morenita, llenita.
-"No llevo mi tarjeta de descuento de prensa", dije
-Ése no es mi problema, contestó. Yo, a tí no te conozco.
-Ah! creo que si consultas en tu base de datos me localizarás, sugerí.
-Mira - insistió - si se te manda una tarjeta es para que la lleves encima, no para que nos des a nosotros trabajo extra.

La chica, sin duda, tiene razón. Confieso, pues, oficial y públicamente que lamento haber causado a HABITAT, empresa líder en el sector DECORACIÓN SELF SERVICE, el más mínimo contratiempo. Entiendo que el hecho de no llevar encima la tarjeta de descuento puede haber sido causa, por ejemplo, de lo que sigue:

-La encargada íba en aquel momento a hacer pipí y debido a mi olvido se meó encima.
-La encargada tenía una llamada en espera de su novio. Él quería decirle "volvamos a intentarlo". La demora, por mi culpa, les llevó a cortar su relación.
-La encargada tenía la regla y llevaba tanto rato sin cambiarse el tampón que ya le dolía.
-La encargada se odiaba a sí misma porque no le gusta su vida. Me convertí, pues, en diana de sus dardos. A mí, que otra cosa no seré pero sí soy generosa, no me importa.
-La encargada acababa de recibir una bronca de su superior, probablemente un hombre, y odiaba al mundo.
-La encargada salió aquella mañana de casa sin paraguas y resulta que el jueves llovía y tenía que ir a la tintorería al salir para recoger la gabardina de su tía, la que vive con su madre.

En fin, se me ocurren tantas razones para disculpar a la encargada que lo dejo ahí.
¿Sabéis cómo acabó? Le dí las gracias por su sugerencia, le prometí que intentaría no olvidar nunca más la tarjeta, y le prometí también que intentaría olvidar HABITAT. También le dije que sólo había ido a comprar, no a recibir una clase de normativas al usuario.
Pero a la encargada, probablemente, le importa un carajo lo que yo piense. Y a sus jefes. Y a los diseñadores del festival. En realidad, sólo me importa a mí, que tendré que subirme al coche e ir a IKEA, que ya sé que yo me lo curro y si no me gusta me vuelvo a casa.

¿Sabéis lo más edificante de todo ello? Hace siglos que nadie me tuteaba. EDIFICANTE, no?

Friday, October 20, 2006

VUELTA AL PRESERVATIVO

De vuelta al prosaico mundo de lo cotidiano, ya vaciado el bolso de tickets imposibles de desgravar, de llaves que no sirven, de la caja de preservativos menos usada de lo deseado y de montones de monedas de dos céntimos de euro, recopilo las informaciones recibidas durante el mes de agosto.
Quien diga que el mes de vacaciones no es una prueba de fuego para las parejas consolidadas, o no está consolidado o no se quema. Llamé la semana pasada a mi amigo Miguel, y ante mi pregunta “¿estás de vacaciones”?, la respuesta fue: “No; con la familia”. Ayer por la tarde me reuní con él y éste es su relato vacacional.
“Nos instalamos en La Cerdanya con María y los niños a primeros de agosto. La primera semana llegó mi suegro, que como sabes pasa dos semanas con cada hija desde que enviudó. El lunes de la segunda semana llegaron una amiga de la niña y un amigo del niño. De repente apareció mi hermana, desde Pals, con el bebé de seis meses y una depresión de caballo porque ha descubierto a través de los sms que su marido tiene le es infiel. Dos días después apareció él suplicando perdón. Les pregunté si aprovechando que volvían a Pals podían llevar a mi suegro a casa de su otra hija. En vez de éso, nos dejaron el bebé para marcharse solos a Portofino. Carretera y manta, y trasladé al abuelo. Hasta ese día, y sólo estábamos a mitad de mes, habíamos cenado en casa tres noches. Vida sexual, cero, claro. El resto fue un contínuo de cenas, copas y cafés con amigos y conocidos que vemos durante todo el año. Incluída una comida en ese lugar que se llama El Quer no sé qué, donde una especie de facha disfrazado de progre te cobra lo que le da la gana y si no le gustas te echa. Lo curioso fue ver la cantidad de conocidos que les gusta ser maltratados. Pensé que las dos semanas que quedaban acaso compensarían en algo las dos anteriores. Conseguí habitación para una noche en La Torre del Remei y me encerré con María, a la que no pude ni rozar. “No es culpa tuya”, me dijo, “soy yo”. Así es que afronté con estoicismo las peleas entre las parejas, las inacabables cenas, los partidos de paddle de la comunidad, las costillas a la brasa y el trinxat fuera de temporada. Los dos últimos días apareció Lucía, la vecina divorciada, recién llegada de Ibiza. No sé si fue el olor a salitre acumulado o escuchar cómo hablaba de lo deliciosas que estaban las gambas ibicencas, pero el caso es que una noche me acosté con ella y no sólo recuperé la autoestima sino la memoria de músculos cuya existencia había olvidado”.
Anoche repuse en mi bolso la caja de preservativos. Por nada, sólo por si se me ocurre hablarle a alguien que vuelve de la montaña de las delicias del mar.

POLVOS DE ALTA COCINA

En uno de esos desayunos a los que nos invitan a los periodistas me encontré con una guru de la gastronomía. La llamaré Dolores porque la suya es historia de dolor, más por el fondo que por las formas del final. Fue en Reno, antes de convertirse en restaurante privado, frente a una mesa exquisita y con un desayuno de esos que amortizas porque ya ni comes ni cenas.
A Dolores la impulsan tanto intereses profesionales como personales por moverse entre las mejores mesas, ya no del país sino del mundo. Su más reciente novio - ya ex- era una especie de hippy reciclado a urbanita porrero de oficio sin beneficio, buen guitarrero y bebedor de cerveza. Para entendernos, un soñador amable, dulce, buen chico, amante de éxitos pinkfloydianos y con alguna referencia de Bob Marley y Jimmy Hendrix, las justas. Para entendernos aún mejor, un tipo vago pero cómodo dado el estrés inhumano que Dolores lleva encima.
Ella describe así el proceso de su relación: “le conocí la noche de un sábado en un mal concierto de blues, en Ciutat Vella. Era guapo y su guitarra no era la peor del cuarteto. Por eliminación con el resto me lo llevé a casa y al saber cómo se lo montaba, tanto encima como debajo de mí, decirte que ví fuegos artificiales es poco. Aquello no era un polvo de sábado, era un domingo de Fiesta Mayor, la revolcada más sonora de los últimos seis meses. Tan pronto estábamos encima que debajo de la cama. Parecíamos dos croquetas sexorebozadas”.
El tipo guapo y vago se instaló en casa de ella y no se movió los dos años siguientes. Se dedicó a acompañarla a todas sus citas gastronómicas. Desayunaron, comieron y cenaron en Londres, Roma, Paris, Ginebra, San Francisco, New York, Cáceres, A Coruña, Singapur, incluso en el Tetsuya´s de Sydney. Se alojaron en magníficos hoteles y su vida sexual no decaía nunca porque follaban al nivel de la cocina que degustaban: bocatta di cardinale. Ni a ella le dolía la cabeza con asiduidad, ni él, por supuesto, estaba estresado.
Surgió en Dolores un bocinazo de alarma el quinto día alterno que él excusó revolcón alegando cansancio. Descartados el estrés, la hepatitis y la mononucleosis, Dolores llegó a la conclusión femenina por excelencia: el cansancio tenía nombre y apellido. Había otra. Curiosamente fue el tipo guapo y vago - ya informado de ésto de la alta gastronomía- quien se sinceró evitándole a ella numeritos innecesarios y esquivando respuestas masculinas del tipo “es producto de tu imaginación”. Ella, la otra, se llamaba CC: Cansancio de nombre y Cuernos de apellido. Pero lo grave no fue éso, fue el fondo del asunto. CC era ¡¡¡VEGETARIANA!!! Nada, nada, nada podría haber sido peor.

Thursday, October 19, 2006

OBJETIVO: TU MARIDO

“Hola, soy Memé y vengo a destrozar tu matrimonio”. Esas chicas nunca lo dicen, pero la frase flota cuando te las presentan. No son muy peligrosas porque avisan con la actitud, pero dan el peñazo.
Una tal Memé machacó a llamadas a un novio anterior sin que él le dijera en ningún momento “no me llames, tengo novia” (tampoco se trata de defenestrar sólo a Memé). Coincidí con ella hace unas semanas en la presentación de la línea de cosmética Pupa para el verano, a la que cada día me adhiero más por lo genial de los coloretes. Te ves morena de verdad.
A las Memés nunca se les ve la raíz blanca en la raya del cabello porque tienen más tiempo que yo para ir a la pelu; llevan joyas de autor y ropa más cara que la mía porque tienen menos pudor que yo con la Visa; son más flacas porque van al gym, algo que me aburre solemnemente; no siempre son más bobas que yo, pero saben parecerlo con actuaciones magistrales. En realidad, son más listas, y ya se sabe que la bobería es abono para el ombligo masculino. Su entrada debería ser: “Hola, soy Memé y soy mema”.
Las Memés buscan pareja social y Visa (el sexo les da asco) porque están más colgadas que un fuet. Cargan con dos divorcios, una lista de promesas sin cumplir y cientos de orgasmos simulados. Suelen trabajar de free lance ahora aquí, ahora allá, y los ex las siguen recordando con la nostalgia de lo que fueron pero ya no soportaban. Acostumbran a ser juguetonas con los pies, dan brincos como un colibrí y se agotan de observar su propio absurdo, tienen un estilo innato porque suelen ser niñas “bien”, y enamoran con naturalidad estudiada hasta el gesto más insignificante.
Cuando una Memé va y te dice: “La otra noche no sabes lo que llegué a reírme con tu Pepe”, hay que entenderlo así: “Pepe es mi objetivo. Y le gusto, lo sé. Y conmigo se ríe, y le doy vidilla, y...” Y todo son copulativas en sus palabras no dichas.
Una va y piensa: “A ver si lo cansas, bonita. Porque mientras lo calientas está desquiciado. Ha llegado a pedir la tortilla hecha cuando le gustaba cruda”.
Si Pepe cae en sus redes no es necesario pedir compensatoria. Mientras viva la locura, no va a trabajar ni a producir. Probablemente se arruinará.
Recordé, mientras veía a una Memé con un Pepe en la presentación de Pupa, a la que llamaba a mi ex novio. Un día contesté la llamada y dije: “luego te llama guapa, nos estamos duchando”. Acabaron liados. Me pregunto si no debería esforzarme y aprender algo de las memas Memés.

MILAGRO PARA UN ORGASMO

Carmela tuvo un novio de esos que una madre diría: “nena, no vamos bien”. No le duró porque una cosa es tontear y otra muy distinta agredirse psicológicamente.
Me contaba Carmela que Pedro, profesor de Instituto, vivía obsesionado por las piedras de colores. En su piso del Eixample a medio rehabilitar atesoraba piedras como el que atesora relojes, recortes del Barça o Barbies (a escondidas). Había piedras sobre las mesas, en los cajones de la cocina, en los bolsillos de las chaquetas de pana gruesa. Era una paranoia sin cuartel. Lo más curioso era que al alcanzar el orgasmo gritaba “PIEDRAAAAAA!”. ¡Increíble que una palabra tan dura sirviera para relacionar con algo que acaba tan blando! Era, además, incómodo porque la comunidad de vecinos, cuando tocaba “baile” en casa de ella, sabía de su actividad sexual. Lo sé porque la hermanastra de una prima segunda mía es su vecina y me lo contó.
Le dí a Carmela una idea: “junto a la Cruz Roja de L´Hospitalet hay una tienda en la que venden milagros a medida. Se llama Aarón, y en una vitrina tienen montones de piedras de colores; cada color tiene un significado; dicen que si te la regalan, la intención se cumple. Busca una que limpie paranoias”. A la mañana siguiente estaba Carmela en Aarón. Nunca había tardado tanto en recorrer apenas 30 m/2 de exposición, ella que es de las que compra la fruta desde la moto.
Ésta es una pequeña muestra de lo que hay en la tienda: patas de conejo, lagartijas disecadas, fuentes luminosas de las que emerge humo blanco, botes de cristal llenos de hierbas; incluso una dorada fresca, salvaje (listo que es el tal Aarón), aderezada con sal gorda como ofrenda a un extraño icono. Tras una cortina escasamente tupida, está el oráculo de Aarón, allí donde el santón analiza cada problema. Porque allí, sin problemas, está claro que no se va.
Había piedras para todo: para tener novio, para la creatividad, el éxito, para favorecer el deseo sexual, para inhibirlo, para conseguir dinero. Dió con lo que buscaba y compró dos. A Pedrito le regaló la de color verde, la que libera la mente de paranoias. Por la noche la colocó sobre la mesilla de noche. “Después”, me contó Carmela, “me desnudó con movimientos pausados, masajeándome la espalda, los pies, el cuello. Se tumbó encima de mí y me hizo el amor. No gritó la palabrita. Voló a las nubes sin más sonidos que los del placer. Mi actividad sexual dejó de formar parte de la orden del día en las reuniones de la comunidad”.
La otra piedra era rosada. En la leyenda rezaba: “para conseguir novio”. Se la regaló a su hermana, que tras diez años sin novio fijo, a los dos días conoció al chico con el que ya lleva un año. No les garantizo el éxito, pero si tienen un rato – y un problema – vayan a la Cruz Roja, en l´Hospitalet, y pregunten por la tienda de Aarón. Está a pocos metros.

ELLOS SE TOCAN

¿Por qué algunos hombres se tocan los huevitos contínuamente? No les importa dónde están o con quién; si les apetece, van y se los rascan. ¿Pueden imaginarse a una chica haciendo lo mismo con la correspondiente entrepierna?
A los 12 años tuve un mito de verano; rubio y con ojos azules, y se los tocaba sin parar. Hasta cumplir los 15 pensé que le picaba la ingle. Un día le hablé de lo guapo que me parecía a mi prima veinteañera y ella, sin pizca de piedad, me convirtió en una mujer adulta: “¿El que se rasca los huevos?”, me preguntó.
A medida que aparecían ídolos me fui enterando de más detalles. De saber qué se rascan pasé a saber lo de las “cargas” a derecha o a izquierda, dependiendo del peso del pene y de la simetría testicular. Más tarde descubrí que en alguna ocasión, mientras se los tocan, la lengua les asoma entre los labios y la mirada se les va por ahí.
De la misma forma que aquellos niños ladeaban la lengua al rascarse, ya adultos ladeaban los pies al tenderse boca arriba después de un orgasmo. Tras el efecto vaciado, además de quedarse a menudo dormidos, los pies masculinos se abren uno para cada lado; y la lengua otro tanto: asoma por una comisura y se ladea. Lo de la carga implica tres cuestiones obvias: peso, gravedad y gravidez. Pero lo de la lengua por la comisura, sigo sin obtener explicación alguna.
Con mi ídolo rubio de juventud mantuve una amistad de muchos años. Me mencionaba como su “amiga del alma”. Maldita la gracia que me hacía a mí aquello; no había forma de pasar al estadio siguiente, el del sexo. Ya en edad adulta asumí que en realidad yo no le gustaba nada. No era cuestión de amistad sino de rechazo.
Mi ídolo se casó con una chica de Manresa dispuesta a la procreación casi de forma exclusiva. Le perdí la pista y hace una semana, en una de las pocas ocasiones en las que circulo en coche por la ciudad y en una insufrible caravana en la Diagonal, frente a La Illa, les ví a ambos de pie junto al semáforo.
En ella apenas me fijé. Él se había convertido, ley de vida, en la viva imagen de su padre. Del cabello rubio no quedaba apenas nada, ni cabello ni mucho menos rubio. No le ha crecido mucho la tripa ni tiene ese flotador hormonal despiadado y que cada día me parece más sexy en los hombres. Por lo demás, incluido el traje gris pálido (el peor), camisa blanca (¿sería de insufrible manga corta?) y corbata amarilla y azul, mi ídolo ya no existía.
No quisiera dejarles sin el detalle final: allí parado, en el semáforo de la Illa, se tocaba los huevos. Tras 25 años de matrimonio con la chica de Manresa, ni ladeaba la lengua ni ponía los ojos en blanco.

SEXO EN NYC, ABSTINENCIA EN BCN

Breve historia de un tántrico


Es curioso lo del sexo tántrico; más curioso aún lo de moda que está después de siglos de inventárselo, presuntamente, algún inteligente impotente. En India lo definen como practicar el sexo ininterrumpidamente, sin discriminación de castas, y a gozar horas y horas sin que el hombre alcance la eyaculación.
Un restaurante que me entusiasma es La Strada (en la calle Pescatería del Born). Me gusta por lo honesto de la carta, sin caracter de autor pero con autoría de buen hacer. Se encuentra, además, donde estaba El Raïm, una antigua casa de comidas, de las de puchero, a las que me llevaba mi padre cuando consideró que tenía que borrar la escalopa de entre mis preferencias. Entré a comer en La Strada con una buena amiga y genial diseñadora, Roser Marçé, de cuyo showroom salíamos después de ver su colección de verano genial, exquisita, femenina. Poco pensaba yo que íba a relacionar el entierro de la escalopa con el sexo tántrico y la moda, pero pasó que en una mesa estaba un señor “media hora” (más adelante, paradójicamente, entenderán el término), con el que tuve una breve historia tántrica, cuyo mayor recuerdo – fue en una escalera y contra el suelo – es un terrible dolor en la rabadilla provocado por un durísimo canto de piedra, y un par de radiografías que aún conservo como testimonio de un baile maldito. Baile al que llegé por morbo y por la insistencia del tipo tras muchos años. ¡Dios, no terminaba nunca! Por mucho que arqueara yo la espalda el tipo seguía y seguía sin terminar. Al final ya no se sabe si es que él ya está, o está una sudando la gota gorda.
Para eso de subir y bajar sin parar y nunca terminar, dicen los libros que hay que saber jugar, pero no; saber tocar, pero tampoco; saber provocar, pero como quien no quiere la cosa. De la mujer, los sabios hablan poco porque en el fondo saben que en muchos casos cuando ellos eyaculan nosotras ya estamos de vuelta de la gloria. Lo más divertido es que hay hombres que creen que mantener el ritmo sin vaciado es todo un mérito.
A mí nunca me lo ha parecido lo del mérito. Quizás porque siempre tengo algo que hacer después de pasearme por la gloria: leer, escribir, llegar puntual a una reunión, pasear el perro, sofreir cebolla, rebozar croquetas…que después ellos se comen, por cierto. O quizás no les reconozco el perfil del meritorio porque cuando amo (necesito amar para jugar entre sábanas aunque sea amor de media hora) aparecen la turgencia y los escalofríos en la misma proporción, y me sumerjo en aquella piel por entero, sin medida, sin tiempo, sin reflexión, sin espera, con ternura y con pasión, con arrebato y dolor. De otro modo, no me lío.
No, no reconozco mérito en el sexo tántrico. Prefiero una eyaculación precoz. La del deseo occidental. Me halaga más. Aunque no digan “lo siento” por haber/se corrido demasiado deprisa. En cualquier caso, prefiero pasar 24 horas, 48, en horizontal, en vertical, de frente, de espaldas... como sea, y repetir el juego una y otra vez. Aunque éso complica la cosa, ya sé. La intención, para que sirva de descarga al más entrañable de los seres, se les ve en los ojos. No en su hermanito menor (véase pene en versión así, como familiar). ¿O no lo cuidan ellos como si lo fuera?
Aquel día, en La Strada, pedí escalopa para limpiar un poco la memoria. No había y la cambié por unos spaguetti con gambas y una falda a topos, roja y blanca, de Roser Marcé. Es estilo años 50, muy femenina, con vuelo. Un vuelo idóneo para no tener que desprenderse de ella en un momento de amor de media hora.