Saturday, October 23, 2010

El kiwi de Pekín y el menú de Teknon




Todo va y viene: los orgasmos, el corte de pelo, el tacón de los zapatos, el nudo de la corbata, el gobierno… La comida, intrínsecamente relacionada con el sexo y la moda, también está sujeta al vaivén de los hábitos porque yo, de pequeña, del aguacate, el kiwi y el tomate cherry ni flowers. Del kiwi supe por primera en los 90, una tarde que me cité con Marcela, una amiga recién llegada de Pekín. Sacó del bolso 3 bolas rugosas y peludas y dijo:

“Te los he traído de China. Es kiwi una fruta deliciosa, y si te la comes en ayunas se acabaron para siempre los laxantes. Al llegar a Pekín me subí a una especie de bus turístico para situarme, y allí estaba el tipo más guapo del mundo, de guía y micro en mano. Se llamaba Calix, de Calixto, y su padre era chino y su madre gallega”.

Dejó los kiwis suavemente sobre la mesa de La Farigola, la granja de Pedralbes, y siguió:

“Al terminar el recorrido me preguntó si querría cenar en una casa china. Acepté porque durante la visita a la Ciudad Prohibida me tocó el culo y no fue sin querer. Me envió al hotel un taxi-bici con dosel, con un conductor tan flaco que a punto estuve de decirle que se sentara en mi sitio, que ya pedaleaba yo. La casa era pequeña y deliciosa, y el polvo fue extraordinario. Junto al tatami había una bandeja con ésto (señaló la fruta), y pensé que serían una especie de bolas chinas con pelos. Abrió uno tras otro y comenzó a untarme con su pulpa carnosa sembrada de puntitos negros, y ya puedes imaginar lo que sucedió cuando la paseó entre mis piernas. Ya no sabía si la humedad era mía o del kiwi. Por la mañana salí al jardín y allí estaban mis orgasmómetros, colgando de una planta trepadora. Anulé todas las previsiones turísticas y me instalé en su casa los 7 días que me quedaban de viaje. La trepadora quedó más pelada que el culo de una mona, y mi tránsito intestinal fluido para siempre, porque la fruta de marras es un laxante natural”.

Hace unos días, en una habitación de la clínica Teknon de Barcelona, me decía una amiga recién operada: “Tres días aquí comiendo arroz blanco sin sal, pescado hervido, manzana al horno y sin conseguir ir al baño”. “En esta cínica catedráticos de nutrición no son, dije. Pide kiwis para desayunar, son mano de Santo”. Al día siguiente llamaba para decirme: “Kiwis al poder. Mi vida será otra a partir de ahora. Es más, no creo que vuelva a necesitar nunca más llevarme un libro al water”. No le conté la historia completa porque así, recién operada como estaba, que no fueran a saltarle los puntos. Porque una cosa es ir al baño sin apretar, y otra muy distinta imaginar la pulpa del kiwi entre las piernas.

Saturday, October 16, 2010

“El tulipanes” y la columna visceral.


Dos horas buscando el móvil. Rebobiné y recordé haber desayunado dos rebanadas de pan con mermelada. ¿Habría puesto el teléfono a tostar mientras pensaba en los tulipanes? Hacía más o menos una semana había tenido un amago de temblores uterinos con un neohippy sin trabajo, mi especialidad, porque donde haya piel que se quite el talonario; pero siempre acaban costándome pasta, aunque sea por pagar el té. Porque los colgados del happy flower, toman té. ¿Connotaciones con la hierba? Pues me compró un ramito de tulipanes amarillos, detalle que me enterneció porque costaba más que el té. Tuvimos dos citas más, con temblores de grado medio la segunda y una tercera con manida frase de despedida: “Mejor no seguimos porque temo hacerte daño”. Debía convenirle creerme porque no volvió a llamar y me quedé con el buen sabor de los tulipanes.
Vuelvo al principio, al día del teléfono en la tostadora. Sonó el timbre de la puerta, abrí, y oculto detrás de un colosal ramo de flores con jarrón de cristal y agua incluidos, se intuía un hombrecito que dijo con la voz entrecortada por el peso: “¿Anna Alós? ¿Ande dejo esto?” Me quedé tan sorprendida que dije:
-¿Son para mí?
-Pues si usted es Anna Alós va a ser que sí. ¿Ande se las dejo, oiga?
Pensé en voz alta:
-¿Quién envía esto? ¿No serán del happy flower? ¿Habrá encontrado trabajo? ¿Querrá decir esto que no abandona?
-Señora, son de Flores Navarro y sí, man dao este trabajo hace unos días, menos mal, y no lo voy a abandonar. Pero si no me dice usted ande dejar el ramo este me se va a partir la columna visceral.
Ni que decir el ataque de risa que me dio. El hombre, ya desesperado:
-Señora, no se ría usted que se me va a caer.
Yo sin poder parar, el teléfono sonando desde algún lugar y el “flop” del chat avisándome de algo. Guié al porteador, del tamaño de El Fary, hasta la cocina para que descargara y le ofrecí un vaso de agua que engulló sin respirar. Gran momento, porque de nuevo sonó el maldito Nokia y fue el hombre quien, abriendo los ojos como platos, dijo:
-¿Pone usted el móvil en la tostadora? Señora, yo me voy.
Se fue como alma que lleva el diablo. Hay que comprender que todo era como raro: el tamaño del ramo, yo preguntándole si había encontrado trabajo, el sonido de un “flop-flop”, un móvil en la tostadora…
Las flores eran de Elena Hernández, que me agradecía un tema profesional, pero por si el destino me enviaba señales, quise llamar al happy flower. Imposible, sólo sabía de él el nombre, Alfredo. ¿O era Alberto? Se queda en “El Tulipanes”.

Saturday, October 09, 2010

El marido, el primo del marido y ella


Alucinante la noticia que leo una mañana de estas frente al cruasán y el café. Casi derramo el café encima del cruasán en vez de hacer “sucamulla” con los cuernos. Leo que en algunos lugares de Colombia, la madre de la novia ha de estar presente cuando una pareja hace el amor por primera vez. Chingar delante de la suegra ha de ser, como poco, inquietante. Pienso en las dos que he tenido. Una hubiera dicho: "Lo hacéis fatal, yo os enseño" y la otra "A mi niño no lo toques". En uno de esos momentos veraniegos en que pago por una horchata el precio de media copa de Dom Perignon, o sea, en una terraza del Passeig de Gràcia, un psiquiatra me contaba que las malas relaciones con la familia política son la segunda causa de divorcio en España. La primera es la cornamenta. Si se juntan ambas, estalla la tormenta.
Caso extremo el de Patricia, infiel con continuidad cuya suegra era gemela a una de las mías. La educaron para sentirse culpable por todo aquello que no encajaba en la normativa, y ella, incapaz de negar su propia naturaleza, mantuvo guerra abierta contra las normas y se golpeaba el pecho después de cada aventura extra doméstica. Tenía un marido brillante, Bartolomé, aburrido en vertical y muy bueno en la cama, pero ella no podía dejar de mirar a su alrededor mientras las normas le parecían demasiado vulgares y los popes de la moral demasiado manipuladores. "Pero ya que hay que vivir", sostenía, "pienso hacerlo a mi manera". Lo dijo hace 30 años, y pasados los 50 lo ha conseguido sin apenas causar dolor, que ahí está la gracia. Él, del que yo supe dos infidelidades, nunca la descubrió, y si tuvo sospechas también tuvo la elegancia de pasar página porque su relación era lo bastante sólida para seguir asentado en ella. El cemento se resquebrajó sólo cuando Patricia se enamoró de quien no tocaba. Hasta entonces, justificaba sus escarceos con frases como "Luis me pone mirando para Tarifa" o "Folla fatal, pero Roberto me hace reir como nadie". Pero con Carlos cambió el guión. Unas cuantas vidas y 27 años de matrimonio se fueron al traste en una semana porque el nuevo amante era el primo hermano de su marido, hijo de un tío de aquellos que emigraron a Argentina y que en la postguerra española enviaban judía perona para que los parientes sobrevivieran. Bartolomé no lo pasó, que la sangre es la sangre, Patricia hizo el petate y se marchó con el primo a Buenos Aires. En su último mail me escribía: "... Intentad que Bartolomé esté bien, que le quiero mucho... Nada puede compararse a los polvos con Carlos. Tu me entiendes, ¿verdad?" Pues sí, la entiendo, porque con esa cifra en el DNI y una vida construida, las opciones son dos: grandes polvos o soledades compartidas. Con suerte, a veces incluso conviven ambas.

Estúpida masturbación sin orgasmo


Manolo, el de la bufanda, que dice que cuesta mucho hacerme reír, cumplió años un día. Lo supe por Facebook, al que me he resistido años y cuestionado a quienes lo usaban. “O les sobra tiempo o están más solos que la Una”, pensaba yo, que lo único que consumo y no puedo comprar es tiempo y que he logrado, no sin poco esfuerzo, llevar cortas las riendas de la soledad, gran dama. Pero un día buceé curiosa por los fondos del “caralibro” y no he parado de nadar entre anémonas, merluzas, rapes y algún que otro pulpo. Aprovechando la ventajosa difusión viral de la red, comprobé de nuevo que dar de baja una línea de Telefónica-Movistar es más patético que una masturbación sin orgasmo, y colgué en FB la experiencia. Ésta es la versión completa de lo sucedido.
Llamo a atención al cliente: “Quisiera dar de baja mi línea”. La pregunta de las 3 primeras personas con las que sucesivamente hablé fue la misma: “¿Por qué?” A la cuarta, hasta las narices de esperar, de teclear en el PC con una sola mano para no perder más tiempo y de pegarme una carrera para que dejara de hervir el café (¡a la basura!), respondí a la pregunta:
- Mire usted, señorita, la secre de mi marido, que es muy puti y va mal teñida, se lo ha tirado y me he enterado, sabe usted?. Usa una colonia tan densa y dulce que el pobre hombre, ni metiéndose en el Frankfurt de la esquina que se huele hasta dentro de mi casa, logra desprenderse del tufo dulzón.
- Espere señora, yo no quiero…
-No, no, si yo le cuento, así queda grabado y cumplimos los requisitos de seguridad, seguí. Pues como le contaba. Me ha dolido mucho, ¿sabe usted?, porque oiga, que a una se la peguen con la secretaria es tópico y barato, ¿sabe usted? Total, que como mi hija está en México, es bióloga ¿sabe usted?, y mi hijo estudiando diseño 3D en Londres, ¿sabe usted?, porque, oiga, es el mejor lugar para eso ¿sabe usted?, hay unas escuelas estupendas, de esas que hacen Masters, ¿sabe usted? Bueno, a lo que íbamos…
-Pare por favor, no necesitamos tanta inf…
-No, no, si de verdad queno me importa, esta mañana no he ido al trabajo porque lachica de servicio es rumana ¿sabe usted?...
…Suspiros al otro lado del teléfono…
-Pues mire usted, señor, le he dicho a mi Pepe que me divorcio porque no voy a lavarle los calzoncillos que ha ensuciado con la rubia mal teñida, usted comprenderá. Total, que me cambio de casa, ¿sabe usted?, y que se queda él con ésta porque, ¿sabe usted?, ¡hay una humedad en la pared que hay detrás del armario! He encontrado un pisito pequeño pero coquetón, eso sí, con terraza porque, ¿sabe usted?, a mí me gusta tomar el sol todo el año, así cuando empieza el verano una llega a la playa como más mona. ¡Uy!, qué tarde. Bueno, pues dígame usted qué datos necesita para dar de baja la línea.
Silencio momentáneo. Acabo dándole todos los datos que precisa mi oyente (DNI…) Todo es ok. La situación era parecida a una especie de masturbación sin orgasmo. Y finalmente pregunta: “¿A través de qué banco paga usted los recibos?” Y cuando le digo que espere, que se lo pregunto a mi marido, escucho: “Lo siento, no le puedo tramitar la baja, si usted no lo sabe puede ser que usted no sea usted. Buenas tardes”. Y colgó, juro que colgó.
¡Maldita bruja! Me ganó la partida. Yo pensaba que me estaba masturbando mentalmente, y al final el orgasmo se fue al carajo. Para que Manolo vea que sí me río. De mí y de mismidad sobre todo. Si no me creen, observen la foto de mi perfil en FB.

Tuesday, October 05, 2010

“Cariño, no me esperes a comer”


La llamó poco antes de la hora de comer. “Cariño, he de consultarle un tema a Felipe y nos vamos a comer al Passadís d´en Pep“. Sandra pensó: “De coña, así me quedo en el estudio y termino los planos de Machens”. Ya llevaba demasiado tiempo dándole largas al cliente, un pesado indeciso que nunca tenía claro dónde colocar los enchufes de su casa. Pilar, su socia, entró para decirle: “¿No sales a comer?” Contestó sin mirar: “No, me quedo. Carlos come con Felipe y aprovecho para terminar con este proyecto, que ya cansa”. Notó que Pilar se alteraba un poco. “Vete tranquila”, le dijo, “luego nos vemos”.
Una hora más tarde desenterró el móvil de debajo del tsunami de planos y se dio cuenta de que Carlos no había desconectado. Lo acercó a su oreja para gritar que colgara y al escuchar se quedó muda. Se oían dos voces:
-Se ha quedado rehaciendo los planos de un cliente. ¿Por qué le has dicho que estabas en el Passadís?
-Porque no hay cobertura con Orange.
-Muy hábil. Por cierto, ¿qué pasa con el puente de octubre? ¿Te lo puedes montar? He pedido habitación en el Roc Blanc de Andorra.
Tras unos minutos de silencio empezaron los sonidos y las palabras: besos, suspiros, “genial”, “espera, espera, aún no”… Hasta terminar en un femenino “Uau, increíble, como siempre”. Había participado en el polvo entre su marido y su socia a través del teléfono.
Colgó, y cuando Pilar volvió a la oficina logró disimular. Decidió callar hasta ser capaz de reaccionar. Pasaron los días y llegó el puente de octubre. Se instaló en Andorra un día antes que ellos. Recorrió las calles y volvió al hotel cargada de bolsas. Dentro había Prada, Vuitton, La Perla, Paul Smith, Armani, Chanel… Y un pack de cosmética que caducaría antes de ser usado. Nada de todo ello le hubiera importado, de no ser porque lo pagó con el efectivo que sacó de la cuenta compartida con Carlos en un banco andorrano, incluida la habitación de hotel. En total, 10.000 euros.
A la vuelta (él le había dicho que estaba en su oficina de Londres), le contó que había estado en Andorra de compras. En aquel momento a Carlos, si le pinchan, no le sacan sangre. Como a Pilar, que al día siguiente dijo tener gripe y tardó una semana en reaparecer.
Dos años después, ya puestos parches y sin poder asumir aquel episodio, aceptó haber contraído SYC (Síndrome Yogur Caducado) y pidió el divorcio. Sandra mintió con alevosía, placer y regocijo. Le dijo a Carlos: “He de confesarte que hace dos años, aquel fin de semana que estabas en Londres y me volví loca comprando en Andorra, conocí a alguien. Intenté evitarlo, pero me enamoré”. Carlos calló, y como probablemente nunca se identificará en estas líneas, tampoco sabrá nunca que Sandra le dejó simplemente porque había dejado de quererle. A veces una verdad tan simple es la más difícil de comprender.