Monday, November 27, 2006

Morir para siempre.


Un día, no hace mucho, mi padre se murió para siempre. “¿Tenía su padre seguro de entierro?” Entre las lágrimas y el dolor, la pregunta del burócrata del tanatorio (buena gente y un ingrato trabajo) sonaba extraña. ¿Cómo? ¿Cómo íba mi padre a estar seguro de su entierro si ni siquiera sabía que iba a morir? Me lo aclararon. Un seguro de entierro sirve para pagar los gastos de éso, de haberse muerto. Es una cuota que podemos pagar durante años o sólo un breve espacio de tiempo, depende de la Dama de la Guadaña, de cuándo decide aparecer.
Pues no, mi padre no debía pensar morirse nunca porque no tenía seguro de entierro. En consecuencia, durante las 24 horas siguientes al tan estúpido e irremediable acto de morirse, desembolsé la absurda cantidad de 8.000 euros, a pesar de que esta semana he escuchado un dato en alguna TV que uno se puede morir por 1.000 eurillos. Pues como que no, se mire por donde se mire.
El proceso es, por si no lo saben, el que sigue.
Primero te pasan al showroom de los ataúdes. Allí están imponentes, iluminados, lacados, impolutos… en silencio. El número 1 es el más económico: 1.000 euros. El número 7 el más caro: 6.000 euros. Los abren uno a uno para que se pueda valorar el tapizado interior. Unos son de algodón, otros de seda; unos llevan acabados de puntillas; otros, un simple festón. El segundo paso es el álbum de los recordatorios, las estampitas que nos llevamos a casa y que permanecen durante años en un cajón porque nadie se atreve a deshacerse de ellas. Realmente, cumplen su misión de recordatorio. Por lo que duran, no son caros: unos 150 euros por 200 unidades.
A continuación llega lo de la capilla ardiente (aunque allí nunca arde nada), el libro de firmas (te queremos… siempre te recordaremos…y el más original de todos: hasta la vista), la elección de la música, la conversación con el cura, el velatorio, los amigos, los parientes (incluso los que el difunto no soportaba), los vecinos. Todo ésto no cuesta nada. Va incluído en los 8.000 euros que, si han sumado las cantidades, verán que la caja cuadra.
A todo lo que les he contado añádanle el 16% de iva. Con suerte, si el difunto pertenecía a una de esas Mutuas con convenio en la SS, en unos meses recuperarán lo gastado. Ya ven, o tienen seguro de entierro, o pagan cuota de Mutua, o le dejan el marrón al que queda. ¿Quién dice que no se puede elegir?
La paradoja es que se trata de un negocio en el que la crisis y la incidencia de la inflación sobre el salario mínimo interprofesional no existen, no necesita fidelizar al cliente, tampoco necesita red comercial porque el cliente llama a la puerta y no hay que ir a por él. Huelgan la imagen de marca y el márketing estratégico, entre otras cuestiones porque las funerarias se encuentran vinculadas, de forma que lo que no factura una lo factura otra y juntan balances para la cuenta de resultados.
Hasta aquí, una parte del negocio. Le sigue lo del columbario, el nicho, la tumba o el panteón, depende de los posibles y de las voluntades últimas. Se pueden pagar a cuotas en vida del difunto antes de serlo, o cash en vida de los que quedan. Lo del columbario es para las incineraciones. En este caso, a los gastos que les he detallado sumen unos 300 euros de la urna en la que depositar las cenizas (también hay catálogo: desde el de aluminio hasta el de mármol). No le resten el ataúd porque es obligatorio para acceder al horno. Si lo queman o lo reciclan es una incógnita que no he logrado desvelar. Las flores, en cualquiera de los casos citados, considérenlas un valor añadido. Al fin y al cabo, dan un poco de color a la pena.
Nunca nadie ha sido capaz de montar otro negocio tan rentable. Porque, además, aunque se recupere la totalidad del gasto, el impuesto queda ahí, en manos de empresas vinculadas. Pero tranquilícense porque es el último impuesto y el último castigo por haber existido; porque morirse, lo que se dice morirse, es para siempre.

Friday, November 24, 2006

Puta cerveza!!!!!



Vivo en la ciudad de las miradas, de las sonrisas contenidas, de los gestos que son pero no son, de las palabras que susurran pero no gritan, de los pensamientos que se tienen pero no se hablan. Vivo en Barcelona, la ciudad de la abstinencia. Incluso emocional. He oído contar que en épocas de mi abuelo, los burgueses más cercanos a los ricos montaban rankings de amantes. “La de los Rius es más guapa que la nuestra”, le decía una marquesa a su marido al hablarle de la amante de su vecino. Era así y así estaba de asumido. ¿Creen que ésto ha cambiado tanto? Sí, sin duda que ha cambiado, pero ésta ciudad mía, que adoro y no cambiaría por ninguna es, aunque me pese, la ciudad de la abstinencia.
Hay, además de la de las amantes institucionales, otra costumbre catalana muy curiosa. Vean la situación telefónica que se puede producir un día cualquiera y con un género cualquiera, con Carlos o con Carlota, da igual.

-Hola Carlos, soy Anna. ¿Cómo estás? Llevamos siglos sin vernos.
-Hola – suena llena de sorpresa y alegría la voz de Carlos. Es verdad, oye, - sigue – hace un montón que no te veo.
-¿Tomamos una cerveza esta tarde al salir de la ofi?- digo yo.
Y en este momento se produce la catarsis. Es cuando, tras un silencio entre tres y cuatro segundos, Carlos dice:
-Mmmm, ¿hoy?; no sé, a ver, déjame que piense. ¿Y si quedamos de hoy en ocho?
¡Dios mío! Sólo he hablado de una cerveza. Y si Carlos duda tanto es porque realmente no tiene nada que hacer al salir del trabajo. De otro modo habría dicho directamente “hoy no puedo, te llamo mañana”. ¿No será porque no le he propuesto camear directamente? En fin. Hay que esperar toda una semana para el intercambio de información vital. Para la sexual
Como ya me lo sé, ayudo a Carlos y digo:
-Vale, tranquilo, nos llamamos la próxima semana.

Y pasan las semanas, y llega la Navidad, y Semana Santa, y agosto… y pasa la vida. Y un día, dos años después, te enteras de que Carlos se ha largado a Fidji y se dedica a vender neveras para cocos a los negros. Pero tranquilicémonos, revisemos la agenda, y veamos cuándo quedamos. O podamos quedar.
Genial la pregunta que me lanzó mi amiga María el día que le presenté a un amigo: “¿es de los que follan o ha de pasar por un montón de cenas con miradas?”
Así es mi ciudad, la de las miradas y el “déjame que piense”.

Monday, November 20, 2006

Si la oca fuera atún… y la medusa perdida.



Me da el punto de que la mejor despensa para almacenar sensaciones es la memoria. Ni el álbum fotográfico, ni las cartas de tono ya amarillento, ni las joyas que un día importaron y no son más que eso, joyas, ni la humedad entre las piernas de aquel amor descompensado. Sólo la memoria me sirve.
Ando estos días escribiendo – y produciendo saliva al tiempo - sobre gastronomía, y me adentro en uno de esos sabores que almaceno y por el que soy capaz de recorrer pasos a zancadas, el foie. Vuelven las sensaciones: la textura blanda y suave del taco de hígado cocido, el sabor a oca fresca mezclada con la brasa, el de los cristalitos de sal marina bailando su zapateado entre las grietas del micuit. “¿Nos hará mal tanto bien?”, que dice mi amiga Mayte Merino, actriz que lleva casi cuatro años con su “Monólogos con la Vagina”, cada momento que disfrutamos juntas de la vida, que son muchos pero menos de los que quisiéramos.
Yo que soy de una generación que educaron para sentir culpas y pedir disculpas, me siento culpable de tanto placer por algo tan aberrante. De toda la información obtenida de este pozo de mierda que es internet y que hay que cribar, me quedo con la imagen del tipo introduciendo un tubo por la boca y hasta el estómago de la pobre oca. Y con el mismo tipo sentándose a esperar a que el animal enferme de esteatosis. Feo término para pocas horas después cambiar el nombre por el de foie y servirlo en mi mesa. O en las vuestras.
Pasó que el primero de estos tipos fue un egipcio que observó cómo los gansos migratorios descansaban en invierno junto al río, momento en que utilizaban sus propias reservas de grasa para sobrevivir. Lo mismo que me ocurre a mí, que quemo mis reservas si no desayuno pero con la diferencia de que a mí nadie me observa ni se me come el hígado. A aquel egipcio se le ocurrió que si aceleraba el proceso y cebaba al ganso, el hígado se llenaba de grasa rápidamente y él podía pasárselo pipa comiéndolo. Tengo suerte, realmente, de que nadie observe si desayuno o no.
A lo que íba, que ahora no sé si comer foie o pasarme al atún fresco. Aunque con el atún pasa otra cosa, y es que está de moda; y como es el segundo depredador de medusas – el primero es la tortuga pero en occidente de ésa poco hay en el menú – pues ya no puede una nadar sin riesgo a salir del agua con la piel plagada de molestos zarpullidos. A menos atún, más medusas, que quede claro cada vez que vayáis a la pescadería. Pero bueno, en mi memoria no hay más atún que el de lata y vete tú a saber si procede de los restos de la cola de un rape macho.
Pero… ¿qué harían los grandes chefs sin foie? Y yo misma, ¿qué le pongo ahora a la tropa de primero en Nochebuena? Acabo de recibir un regalo de María Vidal, de Semon (se me ocurre que la mejor charcutería del mundo pero a lo mejor lo escribo por partidismo) en el que hay un bloque de foie que casi me hace saltar las lágrimas de placer y emoción. ¿Qué hago yo ahora? Sólo se me ocurre rebuscar en la despensa, la cerebral, para ver cómo he solucionado anteriormente situaciones análogas. Como cuando decidí que si lucía otra piel sobre la mía sería sintética y a partir de aquel momento compré camisetas térmicas como dermis intermedia.
NOTA IMPORTANTE al cierre de esta columna ya me he comido el foie y sigo con mi vida sin más culpas que las que me transmitieron en mi infancia y adolescencia. DELICIOSO, por cierto.

Thursday, November 09, 2006

Caldo de pelotillas y bogavante.


Cruzaba la calle tarareando la canción de Manu Chao que surgía de los walkman. Tenía cierta prisa por llegar a clase. Belinda se había apuntado a una academia para aprender italiano, harta de no comprender los matices de sus ligues de verano en Formentera. Sintió que alguien se acercaba a ella. Aceleró, y al detenerse ya lo tuvo encima. Un chico ruborizado hasta las cejas le dijo: “Por favor, es una apuesta. Estoy tomando una copa con amigos y si les llevo el zapato de una chica me pagan un viaje a Brasil para ver una final de fútbol”. Ella alegó prisa, buscó excusas, pero el chico insistió tanto que cedió. No tenía aspecto de psicópata; además, le dejó el DNI en prenda. Belinda se quitó el botín y se lo dió mientras se preguntaba por qué narices lo estaba haciendo. Afortunadamente, llevaba calcetines bastante decentes.
Al cabo de 20 minutos, Belinda tenía el pie helado y el calcetín húmedo. Convencida ya de que le habían tomado el pelo, y consciente de que no llegaba a clase, pensó de qué forma explicaría a su madre lo de aparecer en casa sin zapato. De pronto una moto se detuvo frente a ella. Era él, el raptor del botín. “Siento haber tardado tanto. Aquí tienes”. Le entregó el zapato. “Déjame, que te invite a un café”, le dijo. Ella aceptó, y el café se convirtió en una cena con final feliz.
Si la situación había sido de lo más freak, el resto estuvo a nivel. Él disponía de un solo casco, por lo que se desplazaron hasta el restaurante caminando uno al lado del otro. Él arrastrando su BMW gigante y ella caminando al lado. Belinda se asustó al llegar a la puerta de Alkimia. Normalmente no podía permitirse cenar en restaurantes tan buenos. Se dedicaron a descubrirse el uno al otro bajo mínimos mientras comían un bogavante al aroma de regaliz y bebían un Alvarinho helado. ¡Y aquel delicioso pan recién horneado!
El freak del botín se llamaba Adolfo y fueron a su casa. Ella se sorprendió porque tenía su misma edad, unos 35 años, un título con orla – de arquitecto – y un pisazo de caerse de espaldas. Todo hubiera sido perfecto de no ser por el preservativo: de color fucsia, fluorescente y granulado. Después de jugar un rato, - poco porque el bogavante y el vino la habían puesto en línea de salida - al introducirse aquella cosa de textura y color histriónicos recordó las salchichas gordas que su abuela chafaba con ajo y perejil para convertirlas en pelotillas para el caldo. Se imaginó comiéndose un caldo en el que flotaban preservativos fucsia, y que en unos segundos tendría entre los labios un pene rebozado en ajo y perejil y que ella convertiría en pelotillas.
Del orgasmo, si lo hubo, no le quedó constancia. La llevó a su casa en un AZ-3. Descapotado, a pesar del frío. Belinda cambió su número de móvil y siempre recordó el bogavante al aroma de regaliz. Y el pan. Aquello sí era sabor.

Tuesday, November 07, 2006

Muerte al "pa amb tomaquet" o CARODA DE NAVIDAD.


Dadas las circunstancias políticas, aprovecho para felicitaros a todas y todos, como rigurosa “iconoplasta”, las inminentes FIESTAS NAVIDEÑAS, y os propongo un nuevo menú para los próximos 4 años, como mínimo y como no espabilemos:

Menú:

Pa picoteo: canaíllas, pescaíto, chirlas

En medio de la mesa “Sapo meao” (Pipirrana)

De primero, “Sopa Victoria Adams” (Salmorejo con mucho, mucho ajo)

De segundo, “Pantoja a las finas hierbascon verduras Julian-a” (Lomo de Orza)

De postre, “Farinetes Marujita” (Pestiños) y “Estatut Manostijeras” (Yemas de Santa Úrsula)

Bebida: AMONTILLADOS de Osborne
(El cava, ni probarlo. En todo caso y con espíritu de globalización, un buen Champagne. Ojo al dato que he dicho “buen”)

Para el CAGA TIÓ se sugiere un tronco de Encina de la Dehesa y darle leches con las guitarras viejas de Paco de Lucía y las de Pepe el Marismeño. Si procede, alguna de Serrat, de cuando tenía vint anys.

Felices CORTES NUEVAS y PRÓSPERO TRIAÑO.

Y como lema de PAZ y FELICIDAD, una CARODA, que es una Oda a Carod:

Humo, humo, humo,
El 25 de diciembre,
Humo, humo, humo…

Ha nacido un niñito,
Rubito y blanquito, rubio y blanquito,
Hijo de un trío
Ha nacido un TRIPARTITO,
Humo, humo, humo.

(para castellano-parlantes, canción popular catalana de título original FUM, FUM, FUM).