Thursday, November 09, 2006

Caldo de pelotillas y bogavante.


Cruzaba la calle tarareando la canción de Manu Chao que surgía de los walkman. Tenía cierta prisa por llegar a clase. Belinda se había apuntado a una academia para aprender italiano, harta de no comprender los matices de sus ligues de verano en Formentera. Sintió que alguien se acercaba a ella. Aceleró, y al detenerse ya lo tuvo encima. Un chico ruborizado hasta las cejas le dijo: “Por favor, es una apuesta. Estoy tomando una copa con amigos y si les llevo el zapato de una chica me pagan un viaje a Brasil para ver una final de fútbol”. Ella alegó prisa, buscó excusas, pero el chico insistió tanto que cedió. No tenía aspecto de psicópata; además, le dejó el DNI en prenda. Belinda se quitó el botín y se lo dió mientras se preguntaba por qué narices lo estaba haciendo. Afortunadamente, llevaba calcetines bastante decentes.
Al cabo de 20 minutos, Belinda tenía el pie helado y el calcetín húmedo. Convencida ya de que le habían tomado el pelo, y consciente de que no llegaba a clase, pensó de qué forma explicaría a su madre lo de aparecer en casa sin zapato. De pronto una moto se detuvo frente a ella. Era él, el raptor del botín. “Siento haber tardado tanto. Aquí tienes”. Le entregó el zapato. “Déjame, que te invite a un café”, le dijo. Ella aceptó, y el café se convirtió en una cena con final feliz.
Si la situación había sido de lo más freak, el resto estuvo a nivel. Él disponía de un solo casco, por lo que se desplazaron hasta el restaurante caminando uno al lado del otro. Él arrastrando su BMW gigante y ella caminando al lado. Belinda se asustó al llegar a la puerta de Alkimia. Normalmente no podía permitirse cenar en restaurantes tan buenos. Se dedicaron a descubrirse el uno al otro bajo mínimos mientras comían un bogavante al aroma de regaliz y bebían un Alvarinho helado. ¡Y aquel delicioso pan recién horneado!
El freak del botín se llamaba Adolfo y fueron a su casa. Ella se sorprendió porque tenía su misma edad, unos 35 años, un título con orla – de arquitecto – y un pisazo de caerse de espaldas. Todo hubiera sido perfecto de no ser por el preservativo: de color fucsia, fluorescente y granulado. Después de jugar un rato, - poco porque el bogavante y el vino la habían puesto en línea de salida - al introducirse aquella cosa de textura y color histriónicos recordó las salchichas gordas que su abuela chafaba con ajo y perejil para convertirlas en pelotillas para el caldo. Se imaginó comiéndose un caldo en el que flotaban preservativos fucsia, y que en unos segundos tendría entre los labios un pene rebozado en ajo y perejil y que ella convertiría en pelotillas.
Del orgasmo, si lo hubo, no le quedó constancia. La llevó a su casa en un AZ-3. Descapotado, a pesar del frío. Belinda cambió su número de móvil y siempre recordó el bogavante al aroma de regaliz. Y el pan. Aquello sí era sabor.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Me encantas. De mayor me gustaría ser como tú.

11:00 AM

 
Blogger Anna R. Alós said...

Genial tu blog!!!!! Si lees mi columna SEXO EN BCN que publico en el diario EL MUNDO cada viernes, estoy segura de que podrás aportarme historias reales.

Saludos,

ANNA

8:17 AM

 

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