Friday, October 20, 2006

POLVOS DE ALTA COCINA

En uno de esos desayunos a los que nos invitan a los periodistas me encontré con una guru de la gastronomía. La llamaré Dolores porque la suya es historia de dolor, más por el fondo que por las formas del final. Fue en Reno, antes de convertirse en restaurante privado, frente a una mesa exquisita y con un desayuno de esos que amortizas porque ya ni comes ni cenas.
A Dolores la impulsan tanto intereses profesionales como personales por moverse entre las mejores mesas, ya no del país sino del mundo. Su más reciente novio - ya ex- era una especie de hippy reciclado a urbanita porrero de oficio sin beneficio, buen guitarrero y bebedor de cerveza. Para entendernos, un soñador amable, dulce, buen chico, amante de éxitos pinkfloydianos y con alguna referencia de Bob Marley y Jimmy Hendrix, las justas. Para entendernos aún mejor, un tipo vago pero cómodo dado el estrés inhumano que Dolores lleva encima.
Ella describe así el proceso de su relación: “le conocí la noche de un sábado en un mal concierto de blues, en Ciutat Vella. Era guapo y su guitarra no era la peor del cuarteto. Por eliminación con el resto me lo llevé a casa y al saber cómo se lo montaba, tanto encima como debajo de mí, decirte que ví fuegos artificiales es poco. Aquello no era un polvo de sábado, era un domingo de Fiesta Mayor, la revolcada más sonora de los últimos seis meses. Tan pronto estábamos encima que debajo de la cama. Parecíamos dos croquetas sexorebozadas”.
El tipo guapo y vago se instaló en casa de ella y no se movió los dos años siguientes. Se dedicó a acompañarla a todas sus citas gastronómicas. Desayunaron, comieron y cenaron en Londres, Roma, Paris, Ginebra, San Francisco, New York, Cáceres, A Coruña, Singapur, incluso en el Tetsuya´s de Sydney. Se alojaron en magníficos hoteles y su vida sexual no decaía nunca porque follaban al nivel de la cocina que degustaban: bocatta di cardinale. Ni a ella le dolía la cabeza con asiduidad, ni él, por supuesto, estaba estresado.
Surgió en Dolores un bocinazo de alarma el quinto día alterno que él excusó revolcón alegando cansancio. Descartados el estrés, la hepatitis y la mononucleosis, Dolores llegó a la conclusión femenina por excelencia: el cansancio tenía nombre y apellido. Había otra. Curiosamente fue el tipo guapo y vago - ya informado de ésto de la alta gastronomía- quien se sinceró evitándole a ella numeritos innecesarios y esquivando respuestas masculinas del tipo “es producto de tu imaginación”. Ella, la otra, se llamaba CC: Cansancio de nombre y Cuernos de apellido. Pero lo grave no fue éso, fue el fondo del asunto. CC era ¡¡¡VEGETARIANA!!! Nada, nada, nada podría haber sido peor.

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