Thursday, October 19, 2006

SEXO EN NYC, ABSTINENCIA EN BCN

Breve historia de un tántrico


Es curioso lo del sexo tántrico; más curioso aún lo de moda que está después de siglos de inventárselo, presuntamente, algún inteligente impotente. En India lo definen como practicar el sexo ininterrumpidamente, sin discriminación de castas, y a gozar horas y horas sin que el hombre alcance la eyaculación.
Un restaurante que me entusiasma es La Strada (en la calle Pescatería del Born). Me gusta por lo honesto de la carta, sin caracter de autor pero con autoría de buen hacer. Se encuentra, además, donde estaba El Raïm, una antigua casa de comidas, de las de puchero, a las que me llevaba mi padre cuando consideró que tenía que borrar la escalopa de entre mis preferencias. Entré a comer en La Strada con una buena amiga y genial diseñadora, Roser Marçé, de cuyo showroom salíamos después de ver su colección de verano genial, exquisita, femenina. Poco pensaba yo que íba a relacionar el entierro de la escalopa con el sexo tántrico y la moda, pero pasó que en una mesa estaba un señor “media hora” (más adelante, paradójicamente, entenderán el término), con el que tuve una breve historia tántrica, cuyo mayor recuerdo – fue en una escalera y contra el suelo – es un terrible dolor en la rabadilla provocado por un durísimo canto de piedra, y un par de radiografías que aún conservo como testimonio de un baile maldito. Baile al que llegé por morbo y por la insistencia del tipo tras muchos años. ¡Dios, no terminaba nunca! Por mucho que arqueara yo la espalda el tipo seguía y seguía sin terminar. Al final ya no se sabe si es que él ya está, o está una sudando la gota gorda.
Para eso de subir y bajar sin parar y nunca terminar, dicen los libros que hay que saber jugar, pero no; saber tocar, pero tampoco; saber provocar, pero como quien no quiere la cosa. De la mujer, los sabios hablan poco porque en el fondo saben que en muchos casos cuando ellos eyaculan nosotras ya estamos de vuelta de la gloria. Lo más divertido es que hay hombres que creen que mantener el ritmo sin vaciado es todo un mérito.
A mí nunca me lo ha parecido lo del mérito. Quizás porque siempre tengo algo que hacer después de pasearme por la gloria: leer, escribir, llegar puntual a una reunión, pasear el perro, sofreir cebolla, rebozar croquetas…que después ellos se comen, por cierto. O quizás no les reconozco el perfil del meritorio porque cuando amo (necesito amar para jugar entre sábanas aunque sea amor de media hora) aparecen la turgencia y los escalofríos en la misma proporción, y me sumerjo en aquella piel por entero, sin medida, sin tiempo, sin reflexión, sin espera, con ternura y con pasión, con arrebato y dolor. De otro modo, no me lío.
No, no reconozco mérito en el sexo tántrico. Prefiero una eyaculación precoz. La del deseo occidental. Me halaga más. Aunque no digan “lo siento” por haber/se corrido demasiado deprisa. En cualquier caso, prefiero pasar 24 horas, 48, en horizontal, en vertical, de frente, de espaldas... como sea, y repetir el juego una y otra vez. Aunque éso complica la cosa, ya sé. La intención, para que sirva de descarga al más entrañable de los seres, se les ve en los ojos. No en su hermanito menor (véase pene en versión así, como familiar). ¿O no lo cuidan ellos como si lo fuera?
Aquel día, en La Strada, pedí escalopa para limpiar un poco la memoria. No había y la cambié por unos spaguetti con gambas y una falda a topos, roja y blanca, de Roser Marcé. Es estilo años 50, muy femenina, con vuelo. Un vuelo idóneo para no tener que desprenderse de ella en un momento de amor de media hora.

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