Queso de bola
Miles de tiendas de
chinos en Barcelona ¡y tenían que comprar en la misma! Mónica la
reconoció, era una de las madres del colegio que ella había
heredado de su abuela, y al oír a la cajera china decir Gustan
mucho mí refiriéndose a unos tangas fucsia, ató cabos.
Aquella mujer desprendía sensualidad, tenía cierto porte
aristocrático, de cuando tener ese porte suponía algún valor
además que ser pasto de la guillotina. Si Pedro la había visto
pasar por el barrio, sin duda se le había acercado, por eso supo al
instante que el tanga del maletero de su marido era de ella. A la
misma Mónica le gustaría tener ese porte y ser amante de alguien,
incluso de su marido si fuera necesario.
Fue
fácil cumplir la promesa que le hizo a la desconocida: mantener a su
marido durante tres días y tres noches en su cama. Se ausentaron del
mundo y de las noticias, hicieron el amor unos ratos y follaron otros
hasta el dolor, no dejaron un rincón por sellar con húmedas
compulsiones y apasionadas palabras, por eso él tardó en saber que
tendría que conformarse con el millón de euros depositados en la
banca andorrana, que había dejado de ser multimillonario para ser
solo rico, que la policía le daba por desaparecido y que el
President negaba conocer su paradero. No le preguntó qué había en
las bolsas que le pidió que guardara, solo le interesaban él, su
manera de amarla y el intercambio que había logrado.
La
dejó en la cama con la promesa de que nunca más marcaría un tanga
que no fuera para él y ella aceptó porque él prometió financiar
su cuarteto de jazz. Tres días antes de su encierro había enviado a
Mónica un mensaje: Al salir de la Audiencia vuelo a Londres.
Vuelvo en tres días. Se fue a casa tranquilo,
tenía coartada. Esquivó a los periodistas apostados en la puerta.
¡Escoria! Mónica no estaba y fue en busca de una cerveza. Sobre la
encimera de la cocina había un queso de bola y junto a él una nota:
Le llaman queso holandés, aunque en
Holanda no saben nada de él.
Tantos
años de mujer florero firmando a ciegas tenían recompensa. Tras
una escala en Ginebra y otra en Panamá, en un
lugar
una mujer ataviada con pareo y alpargatas, frente a un Bloody Mary y
fumando un caliqueño,sabía de la pena solicitada para el mayor de
los hermanos Riera tras descubrir unas bolsas de basura rebosantes de
dinero escondidas en una casa de Collserola. Pero esa ya es otra
historia.
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