Tuesday, August 09, 2016

Queso de bola



Miles de tiendas de chinos en Barcelona ¡y tenían que comprar en la misma! Mónica la reconoció, era una de las madres del colegio que ella había heredado de su abuela, y al oír a la cajera china decir Gustan mucho mí refiriéndose a unos tangas fucsia, ató cabos. Aquella mujer desprendía sensualidad, tenía cierto porte aristocrático, de cuando tener ese porte suponía algún valor además que ser pasto de la guillotina. Si Pedro la había visto pasar por el barrio, sin duda se le había acercado, por eso supo al instante que el tanga del maletero de su marido era de ella. A la misma Mónica le gustaría tener ese porte y ser amante de alguien, incluso de su marido si fuera necesario.
Fue fácil cumplir la promesa que le hizo a la desconocida: mantener a su marido durante tres días y tres noches en su cama. Se ausentaron del mundo y de las noticias, hicieron el amor unos ratos y follaron otros hasta el dolor, no dejaron un rincón por sellar con húmedas compulsiones y apasionadas palabras, por eso él tardó en saber que tendría que conformarse con el millón de euros depositados en la banca andorrana, que había dejado de ser multimillonario para ser solo rico, que la policía le daba por desaparecido y que el President negaba conocer su paradero. No le preguntó qué había en las bolsas que le pidió que guardara, solo le interesaban él, su manera de amarla y el intercambio que había logrado.
La dejó en la cama con la promesa de que nunca más marcaría un tanga que no fuera para él y ella aceptó porque él prometió financiar su cuarteto de jazz. Tres días antes de su encierro había enviado a Mónica un mensaje: Al salir de la Audiencia vuelo a Londres. Vuelvo en tres días. Se fue a casa tranquilo, tenía coartada. Esquivó a los periodistas apostados en la puerta. ¡Escoria! Mónica no estaba y fue en busca de una cerveza. Sobre la encimera de la cocina había un queso de bola y junto a él una nota: Le llaman queso holandés, aunque en Holanda no saben nada de él.

Tantos años de mujer florero firmando a ciegas tenían recompensa. Tras una escala en Ginebra y otra en Panamá, en un lugar una mujer ataviada con pareo y alpargatas, frente a un Bloody Mary y fumando un caliqueño,sabía de la pena solicitada para el mayor de los hermanos Riera tras descubrir unas bolsas de basura rebosantes de dinero escondidas en una casa de Collserola. Pero esa ya es otra historia.

Labels: ,