Gusta mucho mi...
Al principio le
pareció que la mujer que se le había acercado con un tanga en la
mano al terminar el Festival en el colegio de los niños estaba
confundida, pero supo que no era un error al ver su sello, la V, en
el tanga rosa chicle, de los chinos. Este gusta mucho mi, le
había dicho con risita la cajera china. Victoria solo los había
comprado de ese color en dos ocasiones. Uno estaba aún en el cajón
de los polvos por pegar, y el otro se lo había llevado un
desconocido cuyo nombre acababa de recordar: Pedro. El hombre en el
que no podía dejar de pensar.
Después de tantos
meses pensando en el desconocido, él reaparecía de pronto, hacían
el amor toda una noche, y al día siguiente una mujer le devolvía el
tanga que le había regalado Victoria a él después de un polvo
anterior, hacía meses. Le pareció formar parte de un truculento
guión.
Sabía de él que
vivía entre Londres y Barcelona, y ya en su cama a ella le quedó
claro que él sabía exactamente dónde y en qué momento usar los
dedos en cada parte de su cuerpo. ¿Sería cirujano? O quizás
carnicero. Quería, necesitaba más. Mientras se concentraba en
recordar detalles que no la afectaran entre las piernas en aquel
mismo instante, una desconocida le tendía el tanga rosa fucsia.
Victoria alargó la
mano, dio las gracias y apretó la mandíbula mientras guardaba la
braguita en el bolso, sin estar muy segura de si a continuación le
caería una bofetada o la ya no tan desconocida le escupiría en toda
la cara. Qué asco, prefería la bofetada. En vez de eso, escuchó:
-Una mañana
encontré una cagada de pájaro en el cristal del coche de mi marido
y agarré el primer trapo que encontré en el maletero, pero era tan
pequeño y resbaladizo que acabé con las manos llenas de guano. Al
ir a tirarlo me di cuenta de que era un tanga marcado, explicó la
cada vez menos desconocida.
A Victoria solo se
le ocurrió decir:
-Si es mío, si.
-¿Te interesa
saber cómo lo sé?, preguntó la mujer.
No estaba muy
segura de querer saberlo, pero Victoria asintió y ella se lo explicó
con todo detalle.
Por la tarde,
mientras dejaba que los perros corrieran por Collsserola, no tuvo más
que recordar la conversación para estar segura de que Pedro
volvería. Lo tenía tan claro, que poco después estaba en Luxury
Love, en el Born, comprando 6 tangas de verdad, de los que no
pican.
Los guardó
minuciosamente. Solo le quedaba esperar, y esperó poco.
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