Cuando fluye la chulería
A mí esta cara me
suena. La del mensajero que acaba de traer una caja de cava del
bueno, del que asoma la cabeza por Navidad. El hombre se va y me
quedo pensando porque, una se sabe, cuando una cara suena es que en
algún momento ha cantado. Hablando de cantar, escribo mientras
escucho unas palabras con música: “ Para que todos los días sean
Navidad... para que siembres cosechas de ilusión …“. La que
canta es Rosana, ¿cómo se le puede ocurrir desear que cada día
llegue envuelto por los precedentes de tráfico, estrés, comidas,
gasto y insultos (si, insultos) propios de estos días?
Con los insultos ligo
la historia del mensajero. Es él, pero con gorra. La gorra cambia
mucho la fisonomía de la gente, incluso el comportamiento. Es algo
parecido a las gafas oscuras, que una se parapeta tras ellas y una
aparente seguridad se impone para dejar fluir la chulería. Yo me
pongo una gorra y unas bambas, me voy al Passeig Marítim y pienso
que me voy a ligar a un skater o a un surfero. Mi gorra les importa
tanto como la gaviota que pasa y a mí ni me ven. Es autocomplacencia
lo de ponerse la gorra y todo eso, pero a casa vuelves sin follar. Es
un decir. Lo cierto es que surferos como esos, emergiendo del agua
con el traje de neopreno y la tabla bajo el brazo, son una especie de
visión esteticista de esta ciudad que algunos piensan que agoniza
pero es porque no “bajan” de la Gran Vía. Antes era de la
Diagonal, pero la geografía urbana ha corrido hacia abajo.
El que se corrió hacia
abajo fue el mensajero antes de repartir paquetes urgentes porque el
muchacho era taxista. Me llevó a Pedralbes una tarde y en algún
momento dijo:
-Mola “subir” a
este barrio. Las tías están buenas que te cagas. Mira esa, mira esa
que pedazo culo... Y aquella de la minifalda, se pone eso en mi
barrio y le hacen daño.
Tenía yo tres
opciones: acojonarme, bajar o reducir al enemigo al nivel de un
gusano de procesionaria perdido en solitario.
-Mire (de usted), a
estas chicas lo que les gusta es que las pongan del revés, mirando a
Cuenca y eso. Seguro que usted, que tiene una clase innata, las
invitaría primero a cenar y no es eso lo que quieren. Quieren
follar, sin más, son muy guarras.
Lo dije y sin la gorra.
El resto del camino lo recorrimos en silencio y yo me sentí fatal
por haber soltado la palabra que más aborrezco para definir a
alguien y que es patrimonio de horteras sin vocabulario: clase.
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