Tuesday, December 29, 2015

Cuando fluye la chulería



A mí esta cara me suena. La del mensajero que acaba de traer una caja de cava del bueno, del que asoma la cabeza por Navidad. El hombre se va y me quedo pensando porque, una se sabe, cuando una cara suena es que en algún momento ha cantado. Hablando de cantar, escribo mientras escucho unas palabras con música: “ Para que todos los días sean Navidad... para que siembres cosechas de ilusión …“. La que canta es Rosana, ¿cómo se le puede ocurrir desear que cada día llegue envuelto por los precedentes de tráfico, estrés, comidas, gasto y insultos (si, insultos) propios de estos días?
Con los insultos ligo la historia del mensajero. Es él, pero con gorra. La gorra cambia mucho la fisonomía de la gente, incluso el comportamiento. Es algo parecido a las gafas oscuras, que una se parapeta tras ellas y una aparente seguridad se impone para dejar fluir la chulería. Yo me pongo una gorra y unas bambas, me voy al Passeig Marítim y pienso que me voy a ligar a un skater o a un surfero. Mi gorra les importa tanto como la gaviota que pasa y a mí ni me ven. Es autocomplacencia lo de ponerse la gorra y todo eso, pero a casa vuelves sin follar. Es un decir. Lo cierto es que surferos como esos, emergiendo del agua con el traje de neopreno y la tabla bajo el brazo, son una especie de visión esteticista de esta ciudad que algunos piensan que agoniza pero es porque no “bajan” de la Gran Vía. Antes era de la Diagonal, pero la geografía urbana ha corrido hacia abajo.
El que se corrió hacia abajo fue el mensajero antes de repartir paquetes urgentes porque el muchacho era taxista. Me llevó a Pedralbes una tarde y en algún momento dijo:

-Mola “subir” a este barrio. Las tías están buenas que te cagas. Mira esa, mira esa que pedazo culo... Y aquella de la minifalda, se pone eso en mi barrio y le hacen daño.
Tenía yo tres opciones: acojonarme, bajar o reducir al enemigo al nivel de un gusano de procesionaria perdido en solitario.
-Mire (de usted), a estas chicas lo que les gusta es que las pongan del revés, mirando a Cuenca y eso. Seguro que usted, que tiene una clase innata, las invitaría primero a cenar y no es eso lo que quieren. Quieren follar, sin más, son muy guarras.

Lo dije y sin la gorra. El resto del camino lo recorrimos en silencio y yo me sentí fatal por haber soltado la palabra que más aborrezco para definir a alguien y que es patrimonio de horteras sin vocabulario: clase.


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