La piel cetrina del Sandor
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Barcelona: manos en la cabeza, boca abierta con el labio inferior inclinado
hacia el centro de la tierra y la mirada incrédula de un colectivo que se
horroriza porque cierra Sándor. “¿Qué sucederá?”, “¿Dónde pasarán los vivos las
horas muertas?” “¿Dónde los hombres de la verde mirada reposarán su flácido
pasado?” “¿Dónde las damas de alto precio expondrán la mercancía”? No hay
romanticismo, la terraza con más horas de sol en Barcelona cierra porque no puede
masticar su pasivo. Ya nadie estaba dispuesto a dejar un pedazo de cabellera
junto a los 3 euros que costaba un botellín de agua. “Oiga, que este bar paga
muchos impuestos”, me dijo un camarero que ya está en el paro, el día que dejé
el agua y la factura intactas al saber el precio.
Entre una de
tantas historias sandorianas, de cuando en su terraza pasaban “cosas” y casos,
allí estaba sentado un presidente de empresa, con el puro sostenido entre dos
dientes amarillentos y maltrechos, con un tambor de ceniza compacta descansando
en la pernera de un pantalón de traje gris hecho a medida, aburrido,
impersonal, fácil, descriptivo de un tipo de hombre, el hombre del poder.
Llegaba ella, su amante, a 40 años de distancia del DNI del hombre del puro,
una chica bajita de piel cetrina, cabellera rizada y dientes blancos, con unas
tetas de las que impiden la visión de los pies porque entre sus deseos y el
bisturí a alguno de los dos, a ella o al cirujano, se le fue la mano para
terminar en una factura que pagó el del puro, como la de los zapatos con tacón
de vértigo. Los años han pasado y el hombre del puro… Bueno, hace tiempo que ya
no se le ve porque el destino le robó incluso la intimidad, y la chica de piel
cetrina se dedica hoy a merodear por los concursos de belleza en compañía de
otros hombres con poder. No importan el color de sus dientes ni los efluvios
que de ellos emanan, importan los límites de las tarjetas de crédito, importa
el mantenimiento de senos de talla sobrepasada, importa avanzar incluso
poniéndole al sexo un precio que a diario contempla la ciudad que patrulla a
partir del atardecer. No fomentemos la demagogia, no seamos hipócritas, Sándor
ha cerrado pero las damas de piel cetrina no limpiarán escaleras de vecinos ni
se apuntarán de voluntarias al plan de dependencia para cuidar ancianos. Ya han
aposentado sus culos en otras terrazas y su mirada en otros puros.
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