Friday, April 12, 2013

La piel cetrina del Sandor



Lo último en Barcelona: manos en la cabeza, boca abierta con el labio inferior inclinado hacia el centro de la tierra y la mirada incrédula de un colectivo que se horroriza porque cierra Sándor. “¿Qué sucederá?”, “¿Dónde pasarán los vivos las horas muertas?” “¿Dónde los hombres de la verde mirada reposarán su flácido pasado?” “¿Dónde las damas de alto precio expondrán la mercancía”? No hay romanticismo, la terraza con más horas de sol en Barcelona cierra porque no puede masticar su pasivo. Ya nadie estaba dispuesto a dejar un pedazo de cabellera junto a los 3 euros que costaba un botellín de agua. “Oiga, que este bar paga muchos impuestos”, me dijo un camarero que ya está en el paro, el día que dejé el agua y la factura intactas al saber el precio.
Entre una de tantas historias sandorianas, de cuando en su terraza pasaban “cosas” y casos, allí estaba sentado un presidente de empresa, con el puro sostenido entre dos dientes amarillentos y maltrechos, con un tambor de ceniza compacta descansando en la pernera de un pantalón de traje gris hecho a medida, aburrido, impersonal, fácil, descriptivo de un tipo de hombre, el hombre del poder. Llegaba ella, su amante, a 40 años de distancia del DNI del hombre del puro, una chica bajita de piel cetrina, cabellera rizada y dientes blancos, con unas tetas de las que impiden la visión de los pies porque entre sus deseos y el bisturí a alguno de los dos, a ella o al cirujano, se le fue la mano para terminar en una factura que pagó el del puro, como la de los zapatos con tacón de vértigo. Los años han pasado y el hombre del puro… Bueno, hace tiempo que ya no se le ve porque el destino le robó incluso la intimidad, y la chica de piel cetrina se dedica hoy a merodear por los concursos de belleza en compañía de otros hombres con poder. No importan el color de sus dientes ni los efluvios que de ellos emanan, importan los límites de las tarjetas de crédito, importa el mantenimiento de senos de talla sobrepasada, importa avanzar incluso poniéndole al sexo un precio que a diario contempla la ciudad que patrulla a partir del atardecer. No fomentemos la demagogia, no seamos hipócritas, Sándor ha cerrado pero las damas de piel cetrina no limpiarán escaleras de vecinos ni se apuntarán de voluntarias al plan de dependencia para cuidar ancianos. Ya han aposentado sus culos en otras terrazas y su mirada en otros puros. 

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