La España que huele
Las personas olemos, claro… Y las duquesas y los plebeyos. “Huele el rey y huele el Papa, y de oler nadie se escapa”. No era exactamente así la oda a la tan marrón, humana y necesaria deposición diaria, pero la rima probablemente más democrática de la historia es también la más polivalente aunque en este caso no pueda ser más irregular el verbo: con hache, sin hache…Un lío del Montepío. Dicen los napia-sexólogos (seguro que existen y son argentinos) que hay pareja porque hay nariz. Es decir, que por el olor que desprendemos, nos atraemos. Ahí, ahí está la respuesta de la boda entre duquesa y funcionario, entre forma y función. Respuestas, preguntas, comentarios y opiniones sobre un tema que, en realidad, importa menos que nada sino hay herencia que medie, en cuyo cayo entraría en juego un nuevo proverbio, el del poderoso caballero. Bueno, pues que se olieron y se gustaron a pesar de los pesares, a pesar de las artrosis varias, la hidrocefalias y las dificultades de dicción, a pesar de ser personajes sometidos a las críticas de una España que se atreve a opinar de lo que no debe porque es una España que se aburre en su día a día, que se pasa por el forro el criterio de no opinar sobre lo que no es asunto suyo, que todavía piensa que esto es una crisis y pasará. Esa España es la que estos días se atreve a opinar desde la ignorancia y el aburrimiento y esa España que, a buen seguro, folla muchísimo menos de lo que le gustaría. En realidad, la gran pregunta, lo que a España le preocupa, es si habrá sexo en la cama de Cayetana y el ya duque, si habrá aristocrática y ducal jodienda. Los más jóvenes, desde esa prepotencia que un día te comes (ellos aún no lo saben, pero se la comerán con patatas) tienen claro que no habrá sexo. Los mayores, sacuden la cabeza y piensan “qué pereza”. A los de en medio nos toca decir: “no estamos muertos… sabemos lo que queremos…” Y en esto del sexo, muchos sabemos que tres eran tres los caminos de la gloria: la lengua, las manos y el lapicero, que decía el abuelo de Marujita, la vecina de la cuñada de la pescadera de Galvany. Tanto quejarse los monárquicos de que las sangres se mezclen, acaso la mejor medida a tomar sería la de plebeyezar a los del fluido azul y convertirlos en consortes de periodistas, de anticuarios, de jugadores de baloncesto, de expertos en aspiración nasal… Cambiar las tornas y así, al final, democratizar apellidos en camas como todas las demás. Porque el “sí, así”, “para, para que me corro”, “el dedo mejor aquí que allá”, “anda, agáchate” y similares, son las mismas en el catre del rey, del Papa y del que no se escapa. ¿Cómo no iban a olerse en la ciudad de España que más huele? Un camino de efluvios de azahar debió conducirles hasta el puente de Santa Isabel y allá, con Triana al fondo y las notas de una saeta que hablaba de amor, sus miradas se cruzaron para ya nunca… ponerse gafas para verse mejor.
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