Tuesday, December 20, 2011

Descalzo sobre el rellano



Hace veinte años que te espero. Así comenzaba la carta que encontró en su cartera. La leyó: Hace veinte años que cada noche te espero para cenar. Ahora, después de tantas cenas y tantos momentos compartidos, no sé si he de seguir esperando a oír tus pisadas atravesando el rellano…
Victoria dudaba si soportaría una conversación cara a cara con su marido. Él siempre vencía si se trataba de argumentos orales. Encadenaba las palabras y las agitaba con una habilidad que ella nunca lograría alcanzar ni, a las malas, detener. Alguna determinación debía tomar porque la situación era cada día más insostenible, la desidia crecía, y la tristeza ya estaba instalada en su mirada. Argumentos orales, ahí me vence siempre. Victoria no se refería sólo a las palabras. Si algo seguía funcionando entre ambos era el sexo, y cuanto más le odiaba por hacerle pensar que ya no la miraba, cerraba los ojos, veía la cabeza de él entre sus piernas y se dejaba llevar por un orgasmo tan real como satisfactorio. Porque aunque todos los orgasmos son reales, no todos son satisfactorios. La frecuencia es lo único que ha variado. Hemos pasado de hacer el amor dos veces por semana a una al mes, dijo.
No se trataba de multiplicar su angustia y su tristeza, pero en reacciones de esta índole siempre subyace una duda cansina: ¿Habrá otra mujer? No importa si hay otra, dijo. Es más, si la hubiera no me sorprendería porque ha de ser agobiante vivir junto a una mujer tan triste como yo. Nunca le he puesto palos en las ruedas a la hora de salir sin mí, ni se me ha ocurrido pensar que me podía engañar. ¿Qué me pasa ahora? Estoy susceptible, aburrida. Tengo miedo.
Culpa y miedo, una combinación letal. Me pregunto si es eso el amor después de 20 años de vida en común, de hijos y despertares compartidos. Si es pensar que él está agotado, que necesita salida de emergencia con billete de ida y vuelta. En el caso de que él tenga una amante, me pregunto en qué estará pensando cuando es capaz de hacer el amor con su mujer sin una flacidez delatora. ¿O es que el pánico a ser descubierto se la pone como a un toro en celo?
Victoria adoptó una medida de urgencia. No podía hablar con él sin sentirse medrada, pero podía escribirle una carta y vomitar sobre el papel todo lo que sentía, lo que pensaba, lo que quería. La escribió y la deslizó por uno de los departamentos de su cartera. Por la noche, mientras preparaba pulpitos con cebolla, él la abrazó desde atrás y la besó en el cuello. Mientras se alejaba, Victoria vio que iba descalzo. Había solucionado una parte del desamor. Algo le quedó claro: ningún hombre con amante hubiera reaccionado de esta forma. Quizás por eso llevaban juntos 20 años.

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