Saturday, October 16, 2010

“El tulipanes” y la columna visceral.


Dos horas buscando el móvil. Rebobiné y recordé haber desayunado dos rebanadas de pan con mermelada. ¿Habría puesto el teléfono a tostar mientras pensaba en los tulipanes? Hacía más o menos una semana había tenido un amago de temblores uterinos con un neohippy sin trabajo, mi especialidad, porque donde haya piel que se quite el talonario; pero siempre acaban costándome pasta, aunque sea por pagar el té. Porque los colgados del happy flower, toman té. ¿Connotaciones con la hierba? Pues me compró un ramito de tulipanes amarillos, detalle que me enterneció porque costaba más que el té. Tuvimos dos citas más, con temblores de grado medio la segunda y una tercera con manida frase de despedida: “Mejor no seguimos porque temo hacerte daño”. Debía convenirle creerme porque no volvió a llamar y me quedé con el buen sabor de los tulipanes.
Vuelvo al principio, al día del teléfono en la tostadora. Sonó el timbre de la puerta, abrí, y oculto detrás de un colosal ramo de flores con jarrón de cristal y agua incluidos, se intuía un hombrecito que dijo con la voz entrecortada por el peso: “¿Anna Alós? ¿Ande dejo esto?” Me quedé tan sorprendida que dije:
-¿Son para mí?
-Pues si usted es Anna Alós va a ser que sí. ¿Ande se las dejo, oiga?
Pensé en voz alta:
-¿Quién envía esto? ¿No serán del happy flower? ¿Habrá encontrado trabajo? ¿Querrá decir esto que no abandona?
-Señora, son de Flores Navarro y sí, man dao este trabajo hace unos días, menos mal, y no lo voy a abandonar. Pero si no me dice usted ande dejar el ramo este me se va a partir la columna visceral.
Ni que decir el ataque de risa que me dio. El hombre, ya desesperado:
-Señora, no se ría usted que se me va a caer.
Yo sin poder parar, el teléfono sonando desde algún lugar y el “flop” del chat avisándome de algo. Guié al porteador, del tamaño de El Fary, hasta la cocina para que descargara y le ofrecí un vaso de agua que engulló sin respirar. Gran momento, porque de nuevo sonó el maldito Nokia y fue el hombre quien, abriendo los ojos como platos, dijo:
-¿Pone usted el móvil en la tostadora? Señora, yo me voy.
Se fue como alma que lleva el diablo. Hay que comprender que todo era como raro: el tamaño del ramo, yo preguntándole si había encontrado trabajo, el sonido de un “flop-flop”, un móvil en la tostadora…
Las flores eran de Elena Hernández, que me agradecía un tema profesional, pero por si el destino me enviaba señales, quise llamar al happy flower. Imposible, sólo sabía de él el nombre, Alfredo. ¿O era Alberto? Se queda en “El Tulipanes”.

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