“Cariño, no me esperes a comer”
La llamó poco antes de la hora de comer. “Cariño, he de consultarle un tema a Felipe y nos vamos a comer al Passadís d´en Pep“. Sandra pensó: “De coña, así me quedo en el estudio y termino los planos de Machens”. Ya llevaba demasiado tiempo dándole largas al cliente, un pesado indeciso que nunca tenía claro dónde colocar los enchufes de su casa. Pilar, su socia, entró para decirle: “¿No sales a comer?” Contestó sin mirar: “No, me quedo. Carlos come con Felipe y aprovecho para terminar con este proyecto, que ya cansa”. Notó que Pilar se alteraba un poco. “Vete tranquila”, le dijo, “luego nos vemos”.
Una hora más tarde desenterró el móvil de debajo del tsunami de planos y se dio cuenta de que Carlos no había desconectado. Lo acercó a su oreja para gritar que colgara y al escuchar se quedó muda. Se oían dos voces:
-Se ha quedado rehaciendo los planos de un cliente. ¿Por qué le has dicho que estabas en el Passadís?
-Porque no hay cobertura con Orange.
-Muy hábil. Por cierto, ¿qué pasa con el puente de octubre? ¿Te lo puedes montar? He pedido habitación en el Roc Blanc de Andorra.
Tras unos minutos de silencio empezaron los sonidos y las palabras: besos, suspiros, “genial”, “espera, espera, aún no”… Hasta terminar en un femenino “Uau, increíble, como siempre”. Había participado en el polvo entre su marido y su socia a través del teléfono.
Colgó, y cuando Pilar volvió a la oficina logró disimular. Decidió callar hasta ser capaz de reaccionar. Pasaron los días y llegó el puente de octubre. Se instaló en Andorra un día antes que ellos. Recorrió las calles y volvió al hotel cargada de bolsas. Dentro había Prada, Vuitton, La Perla, Paul Smith, Armani, Chanel… Y un pack de cosmética que caducaría antes de ser usado. Nada de todo ello le hubiera importado, de no ser porque lo pagó con el efectivo que sacó de la cuenta compartida con Carlos en un banco andorrano, incluida la habitación de hotel. En total, 10.000 euros.
A la vuelta (él le había dicho que estaba en su oficina de Londres), le contó que había estado en Andorra de compras. En aquel momento a Carlos, si le pinchan, no le sacan sangre. Como a Pilar, que al día siguiente dijo tener gripe y tardó una semana en reaparecer.
Dos años después, ya puestos parches y sin poder asumir aquel episodio, aceptó haber contraído SYC (Síndrome Yogur Caducado) y pidió el divorcio. Sandra mintió con alevosía, placer y regocijo. Le dijo a Carlos: “He de confesarte que hace dos años, aquel fin de semana que estabas en Londres y me volví loca comprando en Andorra, conocí a alguien. Intenté evitarlo, pero me enamoré”. Carlos calló, y como probablemente nunca se identificará en estas líneas, tampoco sabrá nunca que Sandra le dejó simplemente porque había dejado de quererle. A veces una verdad tan simple es la más difícil de comprender.
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