VIOLETA SANTANDER: HA NACIDO UNA ESTRELLA
Necesitábamos algo nuevo de qué hablar. Podía ser un héroe, heroína, víctima, derrotado… ¡Algo! Ni la nariz de Leticia, ni la herencia de la Jurado daban más juego; ni Jaime de Marichalar con su, dicen, afición por mancharse del azúcar glass de las ensaimadas en el retrete. Era urgente, pues, un personaje al que despellejar en tertulias y dejarle el alma a jirones. “Cueste lo que cueste”, pensaron los grandes popes del púlpito digital. En plena búsqueda, de la espesura surgió un desafortunado acontecimiento con el que reapareció el sonido de las máquinas registradoras: un pariente cercano a la muerte llamó a la puerta de un hombre que quiso defender a una mujer maltratada, se supone, en plena calle. Al agonizante le conceden medalla, al violento le encierran y a la mujer la aúpan a un púlpito que, como todos los púlpitos, no serviría de nada sin fieles, sinónimo de audiencia.
Ella, Violeta Santander, se convierte en la nueva diana sobre la que arrojar los dardos de la opinión. Aparece por primera vez frente a los fieles cuidadosamente vestida y maquillada y llega la primera acusación pública: demasiado guapa, sin ojeras, no encaja en el rol de mujer arrepentida. ¿De qué? ¿De amar a un cocainómano? Para empeorar la situación, la nueva víctima mediática no reconoce ser mujer maltratada. Los “opinadores” en nómina le achacan síndrome de Estocolmo y cinismo. Pero Violeta insiste: “No fui maltratada”. No hay manera, no da cancha, así es que la única forma es seguir disparando. Es probable que la chica con nombre de flor se esté equivocando en muchas de sus actitudes, pero en la que más es en ponerse en la palestra. Pero así se lo enseñaron, y una voz interior le dijo: “Ve, siéntate, torea opiniones… Al final hay premio, un sustancioso cheque”. Cayó en la trampa del Gran Hermano, y su vida fue de pronto pública.
Violeta ama y desea a un hombre de mandíbula agarrotada, con idénticos movimientos a los de tantos intelectuales, aristócratas y concursantes que se sientan frente a la audiencia con la lengua imparable y la bandera de los líderes de opinión. Puerta también es líder en la mente y entre las piernas de Violeta, pero en su agresión a un tercero intervino la mala suerte y un hombre agoniza. Nos queda por saber cuántos son los que agonizan en silencio, agredidos sin heridas visibles. Se no ha olvidado que el matiz en el “enganche” se llama sexo, y dicen los que usan que el sexo con aditivo es más sexo aún. Siempre he temido probarlo por no verme en la gloria sobre la lámpara de techo y sin saber descender. En cualquier caso, la chica ha saltado a la pista y ahora le toca bailar al son de quienes le pagan y acceden con ello a las dos orejas y el rabo. Quizás Violeta piensa, como Dorothy Parker, autora del guión de la película que lleva el título de esta columna, que un hombre ha de ser guapo, implacable y estúpido. ANNA R.ALÓS
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