El marido, el primo del marido y ella
Alucinante la noticia que leo una mañana de estas frente al cruasán y el café. Casi derramo el café encima del cruasán en vez de hacer “sucamulla” con los cuernos. Leo que en algunos lugares de Colombia, la madre de la novia ha de estar presente cuando una pareja hace el amor por primera vez. Chingar delante de la suegra ha de ser, como poco, inquietante. Pienso en las dos que he tenido. Una hubiera dicho: "Lo hacéis fatal, yo os enseño" y la otra "A mi niño no lo toques". En uno de esos momentos veraniegos en que pago por una horchata el precio de media copa de Dom Perignon, o sea, en una terraza del Passeig de Gràcia, un psiquiatra me contaba que las malas relaciones con la familia política son la segunda causa de divorcio en España. La primera es la cornamenta. Si se juntan ambas, estalla la tormenta.
Caso extremo el de Patricia, infiel con continuidad cuya suegra era gemela a una de las mías. La educaron para sentirse culpable por todo aquello que no encajaba en la normativa, y ella, incapaz de negar su propia naturaleza, mantuvo guerra abierta contra las normas y se golpeaba el pecho después de cada aventura extra doméstica. Tenía un marido brillante, Bartolomé, aburrido en vertical y muy bueno en la cama, pero ella no podía dejar de mirar a su alrededor mientras las normas le parecían demasiado vulgares y los popes de la moral demasiado manipuladores. "Pero ya que hay que vivir", sostenía, "pienso hacerlo a mi manera". Lo dijo hace 30 años, y pasados los 50 lo ha conseguido sin apenas causar dolor, que ahí está la gracia. Él, del que yo supe dos infidelidades, nunca la descubrió, y si tuvo sospechas también tuvo la elegancia de pasar página porque su relación era lo bastante sólida para seguir asentado en ella. El cemento se resquebrajó sólo cuando Patricia se enamoró de quien no tocaba. Hasta entonces, justificaba sus escarceos con frases como "Luis me pone mirando para Tarifa" o "Folla fatal, pero Roberto me hace reir como nadie". Pero con Carlos cambió el guión. Unas cuantas vidas y 27 años de matrimonio se fueron al traste en una semana porque el nuevo amante era el primo hermano de su marido, hijo de un tío de aquellos que emigraron a Argentina y que en la postguerra española enviaban judía perona para que los parientes sobrevivieran. Bartolomé no lo pasó, que la sangre es la sangre, Patricia hizo el petate y se marchó con el primo a Buenos Aires. En su último mail me escribía: "... Intentad que Bartolomé esté bien, que le quiero mucho... Nada puede compararse a los polvos con Carlos. Tu me entiendes, ¿verdad?" Pues sí, la entiendo, porque con esa cifra en el DNI y una vida construida, las opciones son dos: grandes polvos o soledades compartidas. Con suerte, a veces incluso conviven ambas.
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