Thursday, February 10, 2011

Mascarilla orgánica, piel perfecta.



Había tenido asegurado el colágeno durante 25 años y lo que más temía en la vida era que algún día asomara la sospecha de divorcio. Carmen tenía una piel con escasos conflictos, como su madre, lo bastante grasa para no producir arrugas pero no tanto como para generar granos. Cuando de adolescente le salía uno en la cara, buscaba una excusa para no ir al colegio, se aplicaba una especie de pasta negra de farmacia- Ungüento Cañizares se llamaba- y desaparecía en un día. Se casó a principios de los 80 con Julián, un médico. Tenía 19 años y un bagaje sexual limitado y convencional. O sea, dos docenas de polvos y con miedo a que se le notara en la cara. Por eso al mirarse al espejo tras la primera vez que el semen se desparramó por su barbilla, se asustó al ver su piel oculta bajo una capa reseca y cuarteada. Pero después de lavarse con agua tibia se dio cuenta de que nunca como en aquel momento había tenido una piel tan suave y aterciopelada.
Mientras muchas de sus amigas la hacían partícipe de sus problemas sexuales y admiraban la textura de su piel (“y sin ponerte nunca una mascarilla y usando Nivea”, se admiraban), Julián estaba encantado con la afición fálica de su mujer. Carmen las escuchaba. Una le contaba que su marido pretendía hacer el amor cada día y se ponía de un humor de perros si ella se negaba; otra comentaba: “Ya son 12 días diciendo que no, o sea que pasado mañana toca o me mata”; su cuñada, sofisticada y snob, estaba encantada con su pareja, que sólo pretendía sexo tres o cuatro veces al mes, lo que le daba a ella amplio margen para acostarse con su amante en el Palace cuando se llamaba Ritz. Cuando le preguntaban cómo conseguía tan magnífica piel, Carmen decía: genética, no fumar y muchas verduras. “Cleopatra mezclaba semen con leche, avena y miel para conseguir una piel perfecta. ¿No estarás usando el mismo método?”, le preguntó su hermana. Carmen lo negó. Le daba vergüenza contar la verdad, pero no por el asunto de la mascarilla facial, sino porque después de aplicarse semen un día a la semana en la cara, pensó que sería una gran idea extenderlo por el resto del cuerpo, en codos, rodillas y pies sobre todo.
En algún momento, a Julián le hubiera encantado que a su mujer le gustara menos bajarse al pilón, pero a tenor de la situación de sus amigos, que se quejaban de lo poco activas que eran sus parejas, ya estaba bien el asunto como estaba. Me contó esta historia una puta reciclada a “señora de”, y a la que hace 25 años acudió una burguesita para que le enseñara a chuparla.

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