Las cigalas malogradas por la realidad
Había descongelado unas cigalitas y tenía el sofrito hecho, así es que decidió ir a comer a casa, a ver si con un arrocito caldoso se le pasaba el mal humor. No contaba con ello, pero le habían anulado una visita en Girona y podía cambiar sus planes. Necesitaba pensar. El de la noche anterior era el séptimo polvo con gestos y vaivenes pero sin una sola gota de contenido. La situación requería mucho interés y unos mínimos de preocupación, pues cubrían los tres estadios de la convivencia sexual: el polvo glorioso, el de mantenimiento y el polvo con impuesto (“hoy toca”). Todo en orden.
Caminó hacia su casa por la Travesera de Gracia y le vió. Pero, ¡si estaba en Madrid! Abrió la boca para llamarle pero se detuvo y le siguió para ver que entraba en un restaurante que nunca frecuentaban. ¡Qué extraño era todo! ¿Qué podía hacer? Lo normal era abordarle, pero su sexto, octavo o primer sentido le decía “cállate y observa”. Al sentido se le olvidó el calificativo final: “imbécil, cállate y observa, imbécil”. Antes de una hora le vio salir acompañado de un chico pakistaní que no pasaba de los 30 y que le resultaba familiar. Les siguió hasta un edificio de la Plaza Cardona y esperó de nuevo. ¡Las cigalas!, pensó en ellas y maldijo la situación. Una hora más tarde, Mikel y su acompañante aparecieron de nuevo, y cuando al llegar a la esquina vio que se daban un pico rápido, lo tuvo más que claro. Marta contó así el final:
-Ha estallado en mil sollozos y después de una escena de funeral que no le deseo a nadie, parece que a los 49 años se ha dado cuenta de que le gustan los hombres, que los polvos inconclusos no son por mí, pues dice que la situación no me excluye, y que es tan sencillo como que llega a casa “vacío” y no le da la naturaleza más cancha.
Dotada de un sentido del humor excepcional, Marta concluyó:
-Después de estrujarme la memoria por saber de qué recordaba yo la cara del pakistaní, he dado con ello. Es el repartidor del badulake. ¡Lo ha conocido en el súper! Tener pareja hétero y estable y mantenerla a flote tiene su mérito. Una, lucha por mantenerla, pero lo de ir al psicólogo porque tu chico descubre al filo de los 50 que le gusta el repartidor del súper... Como que no.
Pues no. Demasiado prosaico y en realidad simple como para pagar facturas de diván. Se me olvidó preguntarle por las malogradas cigalas descongelándose en la cocina. ¡Pobres!
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