El Hombre-Cito de mirada desviada...
A primera vista parecía un tipo educado. Hubiera tenido un aspecto agradable de no ser por su mirada paseante sobre las figuras femeninas de aquel bar. “El furtivo”, le llamaban algunos. No era un sustantivo aleatorio; era, un día lo supe, la definición de un personaje tópico y típico de una generación de triunfadores de pelo engominado, chaqueta con hombreras y blazer de solapas cruzadas y botones dorados. Es sólo que el de la mirada escrutadora que apareció en la fiesta, era lo más parecido al representante prejubilado de las hombreras y lo botones. La fiesta era eso, una fiesta. Ni una orgía, ni un aquelarre, sólo una fiesta.
-“Yo no quiero salir en las fotos”, decía el hombre-cito con aire de preocupación. ¿Salgo en alguna? Es que no puedo aparecer. Yo tengo familia, ¿sabes?
¿Era una broma? No lo parecía. Hombre-cito tenía cien mil circunstancias grabadas en el semblante. ¿Me estaba sucediendo lo que parecía que me estaba sucediendo? De repente pensé que yo también tengo familia. Se lo dije: No entiendo, yo también tengo familia. Adoptó un aire de misterio y complicidad y soltó: Estoy casado yo, ¿sabes?
Hombre-cito me estaba contando su vida: “Mira, soy casado, no como vosotros. Mi mujer no sabe…si se entera me mata... Y si me cae alguna que sepa mis circunstancias, yo no quiero engañar a nadie”. No dijo ni una sola de estas palabras pero las resumió todas en una frase: Yo tengo familia. El “yo” le hacía parecer superior, el “tengo” era el verbo de propiedad, y “familia” era la expresión más humana de una responsabilidad agotadora. Hay cariño en su pareja, seguro, ese cariño condescendiente que unos ejercen porque otros y otras consienten, se conforman y asienten. ¡Pobre hombre-cito! No por estar allí, no por desear unas horas de vida propia. Sí por sentirse culpable por ello, por engañar para acceder, por no saber mentir (a la familia) con pautas de elegancia. Por eso cuando dijo “estoy casado yo”, sólo tuve una respuesta: Yo no soy puta, ¿sabes?
Me miró sin entender, aunque creo que es de los que piensan que menos la suya todas lo somos. Putas, quiero decir. Dos días más tarde cierro los ojos en aquel mismo bar, el Wine 33 de Aribau, y entre todos los absurdos le pido al viejo barbudo, al mentiroso anual, que conserve en mi memoria las primeras frases del poema de Pablo Neruda con el que comprendí que amar significa libertad aunque para muchos signifique deber: “Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas”. El sexo ni mentarlo, porque ante semejante panorama vamos a dejar humedades, vaivenes y “flautas” (como dice mi amigo Felipe) para Nochevieja. Y que el de la barba no haga ”urdangarineadas” de las suyas. A ver si este año no se equivoca en la talla del sujetador.
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