Wednesday, October 10, 2012

El hombre que cocinó sus huevos

Da igual que sea japonés, que sea un hombre loco, tiene derecho a la autodestrucción como en su momento lo tuvieron Van Gogh y Oscar Wilde al ponerse ciegos de absenta, o Amy Winehouse de hierbas y destilados. Igualmente tiene derecho Mao Sugiyama (en la red con foto real) a pasar la daga por su entrepierna y poner sus huevos con pe
ne cocinados con perejil y champiñones al servicio de una carta gastronómica. Pero lo que no es justo, como dice la amiga Jolis, es que vaya pregonando por ahí que los 5 comensales que pujaron por sentarse a comer semejante menú de desguastapolla con guarnición de pelotillas, no se quedaran con hambre. ¡No me lo creo! A ver. Si cocinamos albóndigas con guisantes del Maresme, tipo las del restaurante Sensa Pressa de Barcelona, una delicia, lo normal son 5-6 piezas por cabeza. O sea, que unos huevos humanos a dividir entre 5, por grandes que sean, como que no me salen las raciones para más de una salivera palatina y a fin de emitir una pobre y mediocre opinión. ¿Es que la gastronomía no conocerá ya jamás sus límites? ¿Es que los proveedores serán los hospitales en vez de los payeses, los ganaderos y los fruteros? ¿Serán los chefs neonazis en busca de escrotos? De seguir así, el cambio en las charcuterías sería espectacular. Entraríamos en Semon, en Tutusaus o en Vilaviniteca y en la sección de quesos leeríamos ”Teta de gallega”. En la de embutidos, “Fuet de pijo”, “Mortadela de culona”, “Lipochicharrones”. Los cirujanos plásticos serían los proveedores y más pronto o más tarde nos asexuaríamos , seguro que sí. Sugiyama explica su acción con su asexualidad y abre un nuevo camino: si no necesito mis partes nobles, ¿para qué conservarlas? Por asociación de ideas los orgasmos los buscaríamos en la gastronomía. En vez de llamar a Vicente y proponerle almorzar juntos, la conversación sería: -¿Dónde comemos? ¿Te apetece orgasmo a la carta, largo y prolongado, o polvo de conejo? Y mientras nos zampamos de primero unos Japan Oeufs pochès avec ognions de la ferme de Ferdinand Adriand, Cotelletes du cochon de banquier du Zarauz de segundo, y rematamos con un Milfeuilles de crème brulê du voisin du cinquième, tenemos un orgasmo que es la leche. ¡Un milkorgasmo! Aunque, ¿no es ya así? Me pregunto si existe una especie de Asociación secreta de chefs en la que se cuece esta peregrina aunque maquiavélica idea para que su caché culinario ascienda y se sitúe en línea paralela al de los tickets para acceder a las grandes orgías ideológicas de los de Bidelberg. Algo hay en los humanos que de pronto convertimos lengua y paladar en prioridades, y tanto si son sexuales como gustativas, el fin en sí mismo es alcanzar el placer. Comiendo o chingando, pero placer al fin. Creo que albóndigas no volveré a comer. ¡Maldito Mao Sugiyama!¡ASCOOO!

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