Historia social de Barcelona Parte II. Lo que pasó
Llegó Gran Hermano y, de pronto, se convirtió en un fenómeno social increíble. Incluso para los que sólo vimos aquel primer programa, el del tipo que decía “¿Quién me ha puesto la pierna encima?” ¡Cuántas veces habré pensado que no tenía nada que ver conmigo tamaño despropósito! Qué equivocada estaba. Aquello era el principio del cambio, del mal cambio, pero cambio al fin. Que no me guste, es problema mío, por supuesto.
Aquel primer programa significó que la vida tiene un precio
real, nada de demagogias,, que esfuerzos como estudiar o trabajar pasaban a
formar parte de la lista de nimiedades. ¿Para qué gastar codos pudiendo mostrar
el culo? Da igual que el culo sea bello o feo, gordo o delgado, de un gigante o
de un enano… “La belleza es subjetiva”, les dijeron. No les hablaron de estética
porque esa está en el mismo capítulo que la ética y quizás les daba por pensar.
No había que dejarlos pensar. “A los pensadores”, pensaron, “los pondremos a dirigir
debates y convertiremos los debates en moda. A debatir pondremos a políticos
sin nómina, a ex directores de algo, incluso a alguno de esos grandes hermanos
que convertiremos en productos televisivos. Sólo hay una pauta: que griten, que
se impongan”. Si, tiene mucho que ver con el panorama social de mi Barcelona
porque a medida que crecían los realitys agonizaba el periodismo y el lector
enfermaba. Las fiestas se convertían en un plató al servicio de la vulgaridad, del
oportunismo y de la mediocridad, el escenario perfecto para los grandes
hermanos y los pequeños primos. El estilo de mi ciudad comenzó a hacer aguas.
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