Tuesday, November 01, 2011

Poliedro con gorra de visera



Hubo un tiempo en que las mujeres medíamos a los hombres por docenas de razones, pero nunca por el tamaño de las pastillas de sus estómagos, por la anchura de sus hombros o por la firmeza de su culo. Perdón, por el culo sí, pero más por una cuestión de formas. En primera línea estaban la mirada y la forma de tratarnos. Los abdominales, los bíceps y la espalda llegaban unos días más tarde, si llegaban. En cualquier caso, no eran un objetivo. En el momento en que conocí a Edu, un ser poliédrico que llevaba una gorra con visera y logo, mi visión del asunto varió. La línea que unía sus hombros era la base para el triángulo invertido que terminaba en un vértice invisible entre sus piernas, los músculos del abdomen se intuían y las manos no podían ser más inmensas.
Sentado en la terraza de Isabella´s, un restaurante de la barcelonesa calle Ganduxer, Edu era lo bastante visible para que a nadie pasara desapercibido. La conversación iba de anécdotas compartidas con los Mossos de Esquadra, y Mr.Músculos en relieve contó la suya:
-Me acababa de comprar un coche y lo recogí en Olot. En una recta de carretera secundaria, camino de Figueras, vi de pronto que el volante y un bulto negro volaban sobre mí. Milagrosamente yo estaba ileso, pero en el suelo había cuatro jabalís muertos, padre, madre y dos hijos. Un coche paró, eran cazadores y dijeron:
-Si agarras los jabalís, vas a los Mossos y haces un atestado, el Coto de caza te paga el coche. Si les llamas desde aquí no vendrán porque no hay víctimas.
Edu prosiguió: Con esta envergadura que tengo (y se señalaba el cuerpo), no me veía yo llegando a los Mossos con un cerdo en cada hombro. Entonces se me ocurrió. Pedí un móvil, llamé a comisaría y dije: Oigan, he tenido un accidente y el coche está destrozado.
-¿Ha habido víctimas?, preguntaron
Sin cortarme ni un pelo respondí: sí señor, cuatro. Y son de la misma familia. Antes de 10 minutos llegaron dos coches de policía y dos ambulancias. Los Mossos se morían de risa, pero los de la ambulancia me querían matar.
Las risas fueron tan sonoras que toda la terraza estaba pendiente de Edu. Yo le miraba las manos y dudaba de que aquellos enormes apéndices pudieran acariciar. Sentí incluso dolor y me encogí al imaginarlo. Cuando Edu se marchó, Carlota dijo: A veces se me olvida lo genial que es Edu. Pero lo que nunca se me olvida es la delicadeza con la que masajea la espalda untada de aceite, la forma tan suave y eficaz con la que conseguía que alcanzara sensacionales orgasmos. Recordarlo me excita.
Estaba claro que no se podía prejuzgar a nadie. Menos aún si se trataba de calibrar el movimiento de los dedos ajenos en el sexo propio.