Sunday, January 15, 2012

Las cigalas malogradas por la realidad


Había descongelado unas cigalitas y tenía el sofrito hecho, así es que decidió ir a comer a casa, a ver si con un arrocito caldoso se le pasaba el mal humor. No contaba con ello, pero le habían anulado una visita en Girona y podía cambiar sus planes. Necesitaba pensar. El de la noche anterior era el séptimo polvo con gestos y vaivenes pero sin una sola gota de contenido. La situación requería mucho interés y unos mínimos de preocupación, pues cubrían los tres estadios de la convivencia sexual: el polvo glorioso, el de mantenimiento y el polvo con impuesto (“hoy toca”). Todo en orden.

Caminó hacia su casa por la Travesera de Gracia y le vió. Pero, ¡si estaba en Madrid! Abrió la boca para llamarle pero se detuvo y le siguió para ver que entraba en un restaurante que nunca frecuentaban. ¡Qué extraño era todo! ¿Qué podía hacer? Lo normal era abordarle, pero su sexto, octavo o primer sentido le decía “cállate y observa”. Al sentido se le olvidó el calificativo final: “imbécil, cállate y observa, imbécil”. Antes de una hora le vio salir acompañado de un chico pakistaní que no pasaba de los 30 y que le resultaba familiar. Les siguió hasta un edificio de la Plaza Cardona y esperó de nuevo. ¡Las cigalas!, pensó en ellas y maldijo la situación. Una hora más tarde, Mikel y su acompañante aparecieron de nuevo, y cuando al llegar a la esquina vio que se daban un pico rápido, lo tuvo más que claro. Marta contó así el final:

-Ha estallado en mil sollozos y después de una escena de funeral que no le deseo a nadie, parece que a los 49 años se ha dado cuenta de que le gustan los hombres, que los polvos inconclusos no son por mí, pues dice que la situación no me excluye, y que es tan sencillo como que llega a casa “vacío” y no le da la naturaleza más cancha.

Dotada de un sentido del humor excepcional, Marta concluyó:

-Después de estrujarme la memoria por saber de qué recordaba yo la cara del pakistaní, he dado con ello. Es el repartidor del badulake. ¡Lo ha conocido en el súper! Tener pareja hétero y estable y mantenerla a flote tiene su mérito. Una, lucha por mantenerla, pero lo de ir al psicólogo porque tu chico descubre al filo de los 50 que le gusta el repartidor del súper... Como que no.
Pues no. Demasiado prosaico y en realidad simple como para pagar facturas de diván. Se me olvidó preguntarle por las malogradas cigalas descongelándose en la cocina. ¡Pobres!

Monday, January 02, 2012

El pavo que perdió las plumas



A dos zancadas está el último día del calendario, y dadas las circunstancias reales del año que se acaba es mejor citar el calendario jacobino, que lo inventaron los republicanos antes del cambio climático, con lo que ha perdido algo de su sentido referido a las cosechas pero hoy por hoy gana terreno. Y todo por un polvo, porque la cosa va de picores uterinos que reponen en la memoria el espíritu de la República. El cuento comienza con un clásico: érase una vez un chico alto, rubio, de azul mirada que amaba a una bellísima mujer de una ciudad fría de comarca pirenaica. Ella también le amaba y juntos planeaban un futuro común. Una tarde cualquiera surgió una crisis y él fue sometido, dicen, al acoso y derribo de otra mujer, una de cabeza coronada por genética y que definitivamente venció a la chica guapa a golpes de corona. Con tiempo y lágrimas la chica del Pirineo logró ser feliz y él se convirtió en hemorroide institucional. Lo que la coronada no tuvo en cuenta, quizás por culpa de aquellos picores que quien más quien menos rasca, que si un hombre es capaz de traicionar a una mujer, lo es de traicionar a mil mujeres y a un país. En fin, que por un polvo real dejó el plebeyo a la plebeya y acabó como un pavo flaco y sin plumas, con el pecho desinflado, esquivando las manos que querían a toda costa meterlo en la cazuela.
Análisis monárquico-sexual aparte, en la última columna del año me permito la licencia de suspender a Feliciano López, que por ser tan bobo no me parece tan guapo, al Tribunal que juzga a Camps por gastar la pasta en averiguar a qué lado carga el hombre del PP, a mí misma por perder el móvil todo un día (estaba en el microondas), y al destino por llevarse a quien un día me hizo pensar que otra vida era posible, aunque no haya accedido a ella por la soberbia de pensar “tengo tiempo, ya lo haré”. Un día, maldita sea, te levantas y te das cuenta que sin escalera a un árbol ya no te subes, que ya no necesitas anticonceptivas y que la mayoría de hombres de tu vida ven todo en tono azul por obra y gracia de la píldora de la trempera. A quien el destino se llevó el día de los Santos Inocentes fue a la mona Chita, y por si quiere ser mi ángel guardián le pido cuatro deseos para comenzar el año: llevar a Juan Echanove a merendar chocolate con melindros al Velódromo, que Pablo Alborán me cante aunque sea por teléfono y que algún fiscal encuentre motivos para imputar a La Caixa por fomentar el sadomasoquismo. El cuarto me lo reservo entre las piernas, que por algo esta columna se llama como se llama.