Sunday, June 16, 2013

Historia social de Bacelona Parte III. La croqueta perdida



Abierta la veda a la mediocridad, en el neo panorama social todo vale. Como en la moda, como en el saludo, como en la mirada. ¡Todo vale! Los pies de foto y las negritas de las crónicas ciudadanas han cambiado. No son mejores ni peores, son sólo otras. Y está bien que lo sean, no es esa la queja de mi Barcelona, la queja que desgarra la profesión es el nuevo universo de satélites, de apéndices molestos que sin estar en las listas de entrada acceden por insistencia en inauguraciones y fiestas. A mi memoria inmediata se acercan los sustitutos sin fundamento de aquella dama de abrigo camel y pensión insuficiente, la del capítulo I de esta serie. Los de hoy tienen de insuficiente sus propias vidas, se aburren, se ahogan en su tedio, en las carencias de su imaginación y, algunos, como aquella que lleva un “tapervuare” en el bolso y sin estar en edad de pensión lo que pretende es llenar de alegría su nevera. Pasa nada, así es la vida.
Hoy los personajes tienen forma de tipo con coleta engominada pegado a otros para colarse; de mujer con manoletinas que dice ser amiga de quien no es; de chica rubia con maquillaje excesivo que dice: “Yo voy a los eventos, pico algo, me llevo el regalito y no le hago daño a nadie”; de señora enseñorada con rizada cabellera que besa a las famosas y se va cantando “qué mona y qué simpática"; de “novia o amiga de” cuando en realidad está en la fiesta porque no soporta estar con su marido en casa; de rubia teñida de negro con sombrero que dice estar en una revista que no existe, en una editorial fantasma o en un blog con faltas y sin pies de foto; de bloguero que confiesa "me lo he montado de coña", de ex famosa que suspira por su pasado, de hombre con falso Kelly, abanico y chaquetas de colores que se hace pasar por quien no es, se desespera si una azafata duda y agita las manos como un cuervo herido, un cuervo rosa con voz de golondrina.

Les he visto colarse por detrás de los cipreses, usurpar invitaciones, inventarse profesiones, montar escenas de agravio, suplantar personas, saludar familiarmente a quien no les conoce, posar junto a personas que merecen por trayectoria aparecer en los papeles, recoger “el regalito” antes de entrar a la fiesta (“porque luego no queda ni uno, decía aquella…). Es el efecto “lomana”, son las consecuencias de consentir que la indumentaria de marca y la voz parecida a llevar un huevo en la boca se conviertan en tendencia. ¿Por qué me molestan? Porque cuando estoy charlando con un alcalde, una actriz o un diseñador, se acercan y me besan, y me saludan. Yo les importo una mierda, lo que les importa es interrumpir, que a aquel con quien hablo le quede claro que ellos son importantes. Lo que no saben es que yo no lo soy, que sólo soy una “escribiente” al servicio de un departamento de crónicas, que adora tanto su trabajo que no soporta agresiones de advenedizos. Porque ese saludo fuera de lugar es una agresión.

Creen que no “hacen daño”, pero son tóxicos, son los nuevos “grandeshermanos”, los que ponen su vida al servicio de Gabinetes de Comunicación y ahí, precisamente ahí es donde está el problema. En esta ciudad hay buenos comunicadores, buenísimos profesionales. Siguen estando,  ninguno ha caído, pero a ellos también les han salido, como a la ciudad, satélites inesperados con mailing incontrolado, dossiers de prensa impresentables y lobos ávidos de conseguir cliping para el cliente. Da igual dónde y cómo, lo importante es que la noticia salga, que corra por las redes sociales aunque quien posa junto al escritor, el actor o la vicepresidenta de Moda Fad sea un “croqueventero”. Hay poco papel, hay pocas secciones, y al cliente hay que mostrarle grueso. No, señores, esto no va así, y menos después de una vida defendiendo la calidad contra la canidad. No se llena una fiesta con “croqueventeros” (acrónimo de croqueta y evento), no se acumula un clipping por cantidad, y no se engaña a quien da de comer.

Mi pena no es sólo pena, es rechazo a la mala educación y al oportunismo. Hay que preguntarse por qué sucede. Hay que mirarse menos el ombligo y preguntarse por qué no se les dice amablemente que la croqueta se la coman en su casa o en el bar de la esquina. O que hay que ganársela si te la pagan. Si quieren un referente croquetero les regalo el mejor de Barcelona: El Coure, en el Passatge Marimón. Nadie las cocina como Albert Ventura. Mientras comen la croqueta, lean “Al filo de la navaja”, de Somerset Maugham. Quizás aprendan algo.

Y que siga la fiesta, y ojalá no pare. De buen rollo… Carol King y James Taylor me esperan junto al sofá…

When you're down and troubled
and you need a helping hand
and nothing, whoa nothing is going right.
Close your eyes and think of me
and soon I will be there
to brighten up even your darkest nights





Saturday, June 15, 2013

Historia social de Barcelona Parte II. Lo que pasó

Llegó Gran Hermano y, de pronto, se convirtió en un fenómeno social increíble. Incluso para los que sólo vimos aquel primer programa, el del tipo que decía “¿Quién me ha puesto la pierna encima?” ¡Cuántas veces habré pensado que no tenía nada que ver conmigo tamaño despropósito! Qué equivocada estaba. Aquello era el principio del cambio, del mal cambio, pero cambio al fin. Que no me guste, es problema mío, por supuesto.
Aquel primer programa significó que la vida tiene un precio real, nada de demagogias,, que esfuerzos como estudiar o trabajar pasaban a formar parte de la lista de nimiedades. ¿Para qué gastar codos pudiendo mostrar el culo? Da igual que el culo sea bello o feo, gordo o delgado, de un gigante o de un enano… “La belleza es subjetiva”, les dijeron. No les hablaron de estética porque esa está en el mismo capítulo que la ética y quizás les daba por pensar. No había que dejarlos pensar. “A los pensadores”, pensaron, “los pondremos a dirigir debates y convertiremos los debates en moda. A debatir pondremos a políticos sin nómina, a ex directores de algo, incluso a alguno de esos grandes hermanos que convertiremos en productos televisivos. Sólo hay una pauta: que griten, que se impongan”. Si, tiene mucho que ver con el panorama social de mi Barcelona porque a medida que crecían los realitys agonizaba el periodismo y el lector enfermaba. Las fiestas se convertían en un plató al servicio de la vulgaridad, del oportunismo y de la mediocridad, el escenario perfecto para los grandes hermanos y los pequeños primos. El estilo de mi ciudad comenzó a hacer aguas.



Historia social de Bacelona Parte I. Lo que fue



Barcelona se queja y yo, que vivo en ella y de sus horas más festivas, esas que llevo 17 años contando en las páginas del diario El  Mundo, siento y sufro un cambio escasamente agradable. Todo son ciclos, claro que sí, y, por fortuna, cambia la gente, cambian las negritas en las crónicas, hay relevos generacionales, hay nuevos personajes, nuevos intereses. Siempre ha habido buscadores del canapé fácil y los que nos movemos a diario por razones profesionales los conocemos. Hasta hace poco tiempo eran inofensivos. Recuerdo a una señora bajita, de cabello castaño y piel blanca, sin apenas maquillaje, sólo un poco de carmín, vestida con abrigo cruzado de lana de color camel. Estaba en todas las inauguraciones y nadie la conocía. Un atardecer, en Loewe del Passeig de Gràcia, la saludé y le dije que me parecía verla siempre. Su sinceridad me abrumó: “A mí la pensión no me llega, y cuando ponen una alfombra roja en la calle quiere decir que dentro hay famosa,  jamón y cava. A mí la famosa me importa un bledo, pero con unas lonchitas de jamón y una copita de cava, pues ya he cenado oiga”.

Pues sí, allí estaba ella en las épocas en que el sushi barato aún no le había tomado el relevo al pata negra. Hace unos años que ya no veo a la dama del abrigo. Porque era una dama. “Croquetera”, si, pero una dama que jamás se acercaba a saludarme cuando yo estaba charlando con el alcalde o la famosa del día, que jamás se colocaba en una foto esperando aparecer en un diario, que nunca sobresalía y que, por supuesto, nunca preguntó mi nombre porque yo le importaba menos aún que el famoso para ella anónimo; lo que ella quería era comer porque la pensión que deciden los que cortan la cinta en las inauguraciones, esos que llevan un pin de ideología en la solapa, esa pensión no le llegaba. Claro que podía comer choped, pero ella quería jamón. Cenaba, se retocaba el carmín y nunca reclamaba ese “detalle” que nos dan a los periodistas cuando asistimos a un evento por cuestiones profesionales.
Pero de todo esto, hace ya años. Ahora me toca explicar el cambio.