Friday, April 12, 2013

La “puntalpijo” y la chica de los turnos



“Que me examinen el ano si no me creen”, decía un cura madrileño investigado por abusos sexuales a menores. Lo único que a mí se me ocurre ante semejante estupidez es que el cura no debe ser homosexual porque no sabe que en esto hay dos, el que da y el que toma. Y que si se le acusa de abusar, lo suyo es dar y no tomar. Además de tontolaba, ignorante, que no se entera. ¡La “puntalpijo” hay que examinarle, mosén! De verdad que…
Las estupideces nunca llegan solas, y la del cura llegó con la de Rubalcaba cuando el candidato a la presidencia del desastre dijo tener la solución para la crisis pero que lo contaría cuando tocase. Con eso sí que el hombre de la barba gris quedó con España y nos dio por donde quería que le examinaran el de la sotana. Y va otra, la de la dieta Ducan, esa que a base de intoxicarte con proteína produces acetosis y pierdes kilos, y kilos y más kilos. Hay que parar en algún momento o te mueres, pienso. La peña se queda flaca, pero flaca. Y huele a descomposición, eso también, que es a lo que huele el aliento “a la acetona”.  ¡Qué asco besar a un flaco con halitosis de manicura! ¡Puaffff! En algún punto de tales acontecimientos se cruza en mi día a día Andrés, un compañero de trabajo que me cuenta­:
-He conocido a una chica estupenda en Meetic. Nos citamos en Carlitos, el restaurante y bar de copas de Calvet, ese que proponen carta de gintonic. A la segunda copa ya había sacado la ficha: dos divorcios, dos hijos y dos tendencias sexuales que, dice, van según el día. Es decir, un día va de hetero y otro de lesbiana.
Nada extraño en un mundo de crisis global. La de la heterosexualidad, además, es secular y permanente, nada nuevo. Si algo caracteriza a Andrés es ingenio, y siguió:
-Ya llevamos tres encuentros, el de Carlitos y dos en Babalú de Sitges. Por lo visto los tres tocaba turno lésbico porque no me he comido una rosca.
Podía haberle soltado una broma fácil, tipo Arguiñano, y decirle “lo que te has de comer es un bollo”. Me contuve. Días después reencontré a una compañera de bachillerato que frente a la pastelería Baixas de Muntaner y me dijo: En treinta años me he casado y he tenido seis amantes. Ahora, a los 50 cumplidos, soy bisexual y empiezo a arrepentirme de no haberlo sido antes. A menudo no damos un paso al frente por temor al entorno, al qué dirán, qué pensarán y cómo mirarán. Por miedo a cómo reaccionará la agenda. Y ahora dime tú cuánta gente que te importa qué piensa ha permanecido en tu agenda durante 30 años.
¿Treinta? O diez… ¡Glups! Sigamos en busca de la felicidad...

La piel cetrina del Sandor



Lo último en Barcelona: manos en la cabeza, boca abierta con el labio inferior inclinado hacia el centro de la tierra y la mirada incrédula de un colectivo que se horroriza porque cierra Sándor. “¿Qué sucederá?”, “¿Dónde pasarán los vivos las horas muertas?” “¿Dónde los hombres de la verde mirada reposarán su flácido pasado?” “¿Dónde las damas de alto precio expondrán la mercancía”? No hay romanticismo, la terraza con más horas de sol en Barcelona cierra porque no puede masticar su pasivo. Ya nadie estaba dispuesto a dejar un pedazo de cabellera junto a los 3 euros que costaba un botellín de agua. “Oiga, que este bar paga muchos impuestos”, me dijo un camarero que ya está en el paro, el día que dejé el agua y la factura intactas al saber el precio.
Entre una de tantas historias sandorianas, de cuando en su terraza pasaban “cosas” y casos, allí estaba sentado un presidente de empresa, con el puro sostenido entre dos dientes amarillentos y maltrechos, con un tambor de ceniza compacta descansando en la pernera de un pantalón de traje gris hecho a medida, aburrido, impersonal, fácil, descriptivo de un tipo de hombre, el hombre del poder. Llegaba ella, su amante, a 40 años de distancia del DNI del hombre del puro, una chica bajita de piel cetrina, cabellera rizada y dientes blancos, con unas tetas de las que impiden la visión de los pies porque entre sus deseos y el bisturí a alguno de los dos, a ella o al cirujano, se le fue la mano para terminar en una factura que pagó el del puro, como la de los zapatos con tacón de vértigo. Los años han pasado y el hombre del puro… Bueno, hace tiempo que ya no se le ve porque el destino le robó incluso la intimidad, y la chica de piel cetrina se dedica hoy a merodear por los concursos de belleza en compañía de otros hombres con poder. No importan el color de sus dientes ni los efluvios que de ellos emanan, importan los límites de las tarjetas de crédito, importa el mantenimiento de senos de talla sobrepasada, importa avanzar incluso poniéndole al sexo un precio que a diario contempla la ciudad que patrulla a partir del atardecer. No fomentemos la demagogia, no seamos hipócritas, Sándor ha cerrado pero las damas de piel cetrina no limpiarán escaleras de vecinos ni se apuntarán de voluntarias al plan de dependencia para cuidar ancianos. Ya han aposentado sus culos en otras terrazas y su mirada en otros puros.