La “puntalpijo” y la chica de los turnos
“Que me examinen el ano si no me creen”, decía un cura
madrileño investigado por abusos sexuales a menores. Lo único que a mí se me
ocurre ante semejante estupidez es que el cura no debe ser homosexual porque no
sabe que en esto hay dos, el que da y el que toma. Y que si se le acusa de
abusar, lo suyo es dar y no tomar. Además de tontolaba, ignorante, que no se
entera. ¡La “puntalpijo” hay que examinarle, mosén! De verdad que…
Las estupideces nunca llegan solas, y la del cura llegó con
la de Rubalcaba cuando el candidato a la presidencia del desastre dijo tener la
solución para la crisis pero que lo contaría cuando tocase. Con eso sí que el
hombre de la barba gris quedó con España y nos dio por donde quería que le
examinaran el de la sotana. Y va otra, la de la dieta Ducan, esa que a base de
intoxicarte con proteína produces acetosis y pierdes kilos, y kilos y más
kilos. Hay que parar en algún momento o te mueres, pienso. La peña se queda
flaca, pero flaca. Y huele a descomposición, eso también, que es a lo que huele
el aliento “a la acetona”. ¡Qué asco
besar a un flaco con halitosis de manicura! ¡Puaffff! En algún punto de tales
acontecimientos se cruza en mi día a día Andrés, un compañero de trabajo que me
cuenta:
-He conocido a una chica estupenda en Meetic. Nos citamos en
Carlitos, el restaurante y bar de copas de Calvet, ese que proponen carta de
gintonic. A la segunda copa ya había sacado la ficha: dos divorcios, dos hijos
y dos tendencias sexuales que, dice, van según el día. Es decir, un día va de
hetero y otro de lesbiana.
Nada extraño en un mundo de crisis global. La de la heterosexualidad,
además, es secular y permanente, nada nuevo. Si algo caracteriza a Andrés es ingenio,
y siguió:
-Ya llevamos tres encuentros, el de Carlitos y dos en Babalú
de Sitges. Por lo visto los tres tocaba turno lésbico porque no me he comido
una rosca.
Podía haberle soltado una broma fácil, tipo Arguiñano, y
decirle “lo que te has de comer es un bollo”. Me contuve. Días después
reencontré a una compañera de bachillerato que frente a la pastelería Baixas de
Muntaner y me dijo: En treinta años me he casado y he tenido seis amantes.
Ahora, a los 50 cumplidos, soy bisexual y empiezo a arrepentirme de no haberlo
sido antes. A menudo no damos un paso al frente por temor al entorno, al qué
dirán, qué pensarán y cómo mirarán. Por miedo a cómo reaccionará la agenda. Y
ahora dime tú cuánta gente que te importa qué piensa ha permanecido en tu
agenda durante 30 años.
¿Treinta? O diez… ¡Glups! Sigamos en busca de la felicidad...