Wednesday, September 04, 2013

Las dos caras de una noche en Cadaqués



“Hubiera hecho el amor con ella allí mismo, sobre el suelo inmundo”. Miguel se refería a Isabel y al suelo de Metamorfosis y de esto hace años. Un madrileño diría “de cuando reinó Carolo”. Yo, que soy catalana aunque me parezca pertenecer a una raza de soberbios con incontinencia idiomática, digo “de cuando Fraga era ministro de izquierdas del dictador”. Había una zona discotequera en la Barcelona pija en la que se movía el cotarro, entre las calles Beethoven y Bori i Fontestá. Íbamos al “Meta” el sábado, y el lunes sacábamos de la mochila “Los curas comunistas” para abrazar a un Martín Vigil que nos parecía lo más sin saber muy bien por qué, sin saber que el hombre era gay en un tiempo en que serlo estigmatizaba y era casi cárcel. Importaba solo el título.
A todo esto, de hacer el amor nada y de follar menos aún. Las palabras de Miguel eran pura poesía, la mejor forma de expresar frente a mí, su amiga y compañera de ideologías verticales, que al ver a Isabel se le ponía dura como el cemento. A mí me encantaba Miguel, pero Isabel era rubia y tenía una moto roja y yo era morena y iba en bus. Después Isabel desapareció del panorama barcelonés sin habernos apenas mirado a ninguno de los dos aunque él lo soñara. Miguel y yo pegamos un polvo en Cadaqués; mono, de esos que recuerdas globalmente pero detalles ni uno. Yo me colgué como un cuadro, era lo que tocaba, pero disimulé porque para él no pasó de la anécdota. Como yo ya tenía coche y una Nikon, me marché simulando independencia sexo-emocional. Cada uno se casó por su lado, yo por el mío y Miguel con Teresa, una chef (antiguamente cocinera) a la que perdió de vista cuando se cruzó entre ambos un tipo con barco y cabañita en el Caribe.

Hace unos meses la que iba en moto era yo y la que se sentaba al volante del coche de al lado, una horterada rebosante de extras y alerones, era Isabel. No me reconoció hasta que bajó la ventanilla para responder a mi saludo. “Es que con el casco”, me dijo. Admitidas unas excusas de las que aún dudo, charlamos en la calle, de pie en la puerta del Hotel Claris. Me contó su vida en tres minutos: “Me marché a Londres, hace dos años volví a Barcelona y en el aeropuerto me encontré a Miguel, ¿te acuerdas de él? Hemos montado una sociedad y nos dedicamos a organizar intercambios de parejas por todo el mundo. Te enviaré el link de la web. Por cierto, me contó que hace años tuvo contigo una noche increíble en Cadaqués y se colgó, pero no le hiciste ni caso al día siguiente. Se quedó hecho polvo”. A veces logro recuperar la capacidad de sorpresa sin que tenga que obligarme la Casa Real, La Caixa o la Autonomía.