El polvo de algún siglo
Una noche sublime,
hemos pegado el polvo del siglo, había dicho él entre la emoción
y las legañas. A ver qué querrá decir con eso porque, claro, una,
que tiene 20 años más que su puberto amante y va ducha en el tema
como para valorar si ese en concreto ha sido o no el del siglo, tendrá algo que decir. ¿A
qué siglo se habría referido? Al de las luces seguro que no y a lo
peor es que faltan destellos en esta historia, a la cabeza del muchacho y a esa
explosión final que deja a los hombres con los ojos en blanco y la
lengua ladeada, viva expresión del agotamiento por vaciado directo.
Vaya con Arturito y su loft.
Era el primer día del
año y había cumplido con su promesa tópica, la de pasar el
tránsito de la tecnocracia sexualizando. Marta pensaba en ello
mientras buscaba la moto que unas horas antes había aparcado en algún lugar alrededor del Liceo. Se había ido sin hacer ruido
para no despertarle, lo que no fue nada fácil en un piso sin más
pared que la del baño. Quiero hacer el amor contigo, tenerte,
saberte... lo haremos en todos los rincones de mi loft.
¡Un loft y en el
Raval! Ella imaginó una nave en algún viejo edificio industrial
recuperado, con un elevador de fuerte sonido al frenar y un espacio
con viejas columnas de hierro y paredes desconchadas. La sorpresa
comenzó al darse cuenta de que debía subir 6 pisos porque ni
elevador ruidoso ni ascensor roñoso. La segunda sorpresa fue que el
loft era un apartamento reformado, con cocina americana (un simple
pasaplatos) y techo a 2,50 de altura, lo normal.
Cuando por fin encontró
la moto se fue a casa, y mientras se duchaba se dio cuenta. Claro que
había sido el polvo del siglo para él, por supuesto. Solo llevamos
unos años de siglo, pensó Marta, y él tiene 32, así es que toda
su vida sexual habría sido con preservativo, pero no recordaba que
se lo hubiera colocado en ningún momento de la noche. Se excitaron a
media cena, en la cocina abierta, se revolcaron sobre el sushi,
derramaron el vino sobre la mesa, se untaron con aceite de girasol... Nada importó cuando él recolocó
su bien más preciado con ansias en su interior, que fue ni más ni
menos que cuando ella le hizo saber que podía hacerlo, y de allí
pasaron, sin separar los cuerpos, al colchón king size. Osea que de
condón nada de nada. Le llamó para asegurarse y él le contestó:
-Cariño, no creo que
puedas quedarte embarazada.
Marta colgó. ¿Se
podía ser más imbécil? ¿El polvo del siglo? Ese, el mejor polvo
de su vida se lo había metido por la nariz. Además, ¿qué pensaba?
¿que el condón era solo por evitar un embarazo? ¿Y la gonorrea?
¿La hepatitis? Y el aceite era de girasol, ¡horror!. Seguro que por precio, con lo fantástico que es untarse con arbequina de primera prensada.
El pobre chico se quedó
a cuadros cuando el día de Reyes recibió un paquete de
preservativos, un tubito con polvo blanco y una tarjeta: Necesitarás
los dos para el polvo del siglo, pero no será conmigo. El polvo
blanco era Couldina machacada. Marta estaba segura de que Arturito la
esnifaría y emprendería el viaje de su vida. En fin. Le iría bien para los mocos en vías altas.