Tuesday, October 24, 2006

La boda, los solomillos y los Mossos.



Hace unos días asistí a mi primera boda gay, y si todo, Ayuntamiento, copas, fiesta, resultó genial, el cierre, ya de madrugada, estuvo a la altura de las circunstancias.
Les sitúo desde el principio en una boda de 400 invitados en la que casi todos nos conocíamos y en la que me harté de llorar de emoción. Se juntaron dos circunstancias para que Alex Salmon, mi director en el diario EL MUNDO, me diera página de crónica al respecto. Una, que era la primera boda gay oficiada por el nuevo alcalde de Barcelona, Jordi Hereu. Otra, que en las primeras filas se sentaban Loles León, Rosy de Palma, Cayetana Guillén, Bibiana Fernández, Custo Dalmau… Famoseo, vaya, y buenos amigos de los novios. El diario publicó mi crónica, pero la que sigue a continuación es sólo para blog-adictos.
Vuelvo al cierre, en la madrugada, y después de nueve horas montada, literalmente, en unos Prada de charol negro con tacón de 22 centímetros. Abandoné los exquisitos jardines del Hotel Miramar junto a dos buenas amigas, Encarna Delgado, delegada de la revista Gentleman en BCN, y Lucía Trigo, lo propio de HOLA! Atravesé setos y pasillos ya con los Prada en la mano, y al llegar a recepción las circunstancias freak que siempre acaban apareciendo en mi vida entraron en escena. Por un lado Rafa Amargo, con peto tejano y gorra de camuflaje, se unió a nosotras para “bajar” a la ciudad. Por otro, la historia del solomillo que ahora les cuento.
Resulta que la hermana de Encarna había reservado un par de solomillos en El Corte Inglés. Como vive en Mataró y sabiendo que Encarna íba de boda a Barcelona, le pidió que recogiera el encargo. Cosa que Encarna, vestida de Victorio&Lucchino y con la mantilla de blonda de su abuela, auténtica, aceptó. Al llegar al Miramar, pidió en recepción que le guardaran los solomillos en la nevera. Al salir, pues, la misión era recuperarlos.
Llegados a este punto, el tipo que se había hecho cargo de los solomillos había cambiado el turno, con lo que el nuevo conserje empezó un periplo que ni él mismo hubiera imaginado.
-Señora, le dijo, el responsable de las llaves de las cámaras se ha ido a su casa.
-Pues yo no me voy sin mis solomillos- respondió Encarna.
-Pues claro, añadió Lucía. Si se dejan solomillos en recepción es para que los guarden un rato, no para que se marche una a casa sin ellos.
-Pues si los solomillos tardan mucho – dijo Amargo – yo llego tarde a mi cita.
-No se preocupen señores- dijo amable el conserje. Conseguiré los solomillos.
Nos sentamos en la elegante recepción (yo descalza) y a todo aquel que pasaba y preguntaba le decíamos. “Estamos esperando los solomillos”. Y como nadie estaba lo bastante sobrio para dudar del comentario, pues la cosa es como que íba pasando de boca en boca.
Diez minutos más tarde reapareció el conserje.
-Alégrense señores- dijo. He conseguido las llaves de las cámaras.
Orgulloso y eficiente, el empleado se dirigió a las tales cámaras.
Volvió al cuarto de hora.
-Mire señora- dijo dirigiéndose a Encarna – yo no encuentro sus solomillos. Le he dado la vuelta a las neveras y sus solomillos no están.
-Pues yo no me voy sin los solomillos- respondió ella ya molesta.
Es que si no aparecen – siguió – mañana tendremos que comer huevos con patatas fritas.
-Pero ¿cómo nos vamos a ir sin los solomillos? ¿Dónde están los solomillos?, decía Rafa.
-No se preocupe- contestó el conserje muy apurado – que mañana por la mañana le hacemos llegar los solomillos a su casa.
-Vivo en Mataró- le aclaró Encarna.
-Pues nada, tranquila que se los llevamos a Mataró – concluyó el empleado.

La parte que sucedió desde que el conserje consiguió las llaves de las cámaras me la contaron, porque entonces yo, con la sensación de estar en estado semi-etílico, ya había subido a la moto y me había marchado a casa con los pies, de nuevo, aprisionados en los Prada. Al llegar abajo de la montaña me pararon los Mossos.

-¿Puede usted bajar de la moto? La hemos visto hacer algún quiebro y vamos a comprobar su nivel de alcoholemia- me pidieron.
-Oiga- dije- ¿no puedo soplar sin bajar de la moto? Es que con estos tacones me cuesta un montón poner el caballete.
-Pues tiene usted que bajar señora- me contestaron muy serios pero ya algo alucinados, no sé si por la situación o por la impresión que les causaron mis zapatos.

Me bajé, puse el caballete no sé aún cómo, y me quité el casco. Aquello había que salvarlo o me quedaba sin puntos. Me quité el guardapolvo que cubría mi indumentaria de fiesta y apareció mi otro guardapolvo, pero de terciopelo azul con un broche brillante de piedras de colores en forma de pez y de considerable tamaño. Un Mosso se quedó mirando el broche y me dijo:
-Qué pez más bonito.
-¿Le gusta?- dije yo. Me lo compré en Paris hace años. Es un vintage auténtico.
-¿Un qué?, me preguntó.
Se lo expliqué y dijo:
-¡Ahhhh! Pues le queda muy bien y le da mucha luz.
-Pues muchas gracias, oiga- dije yo.
-Mire - dijo él mostrándome una bolsita. Aquí hay una boquilla que debe usted dresprecintar. Luego la coloca en el aparatito y si da usted menos de 0,25 de nivel podrá irse a casa.
-Vengo de una boda – le dije - y detrás de mí vendrán trescientos más. Estoy segura de dar positivo, así es que ¿nos podemos ahorrar el festival?
No me lo pude ahorrar. Ya resignada le dije:
-Tengo que abrir el cofre para sacar las gafas y quitar el precinto porque, mire usted señor Mosso, yo sin gafas sólo veo códigos de barras.
Abrí el cofre y saqué las gafas-lupa. El Mosso miró al interior y vio un par de zapatos. Me miró los pies.
-Pues sí que lleva usted unos tacones altos- me dijo. ¿Por qué no se pone los zapatos del cofre?
-Era lo previsto, dije, pero por diez minutillos ya no valía la pena. Yo no sabía que además de asistir a mi primera boda gay asistiría a mi primer soplo por alcohol. Porque positivo doy seguro.
Desprecinté, coloqué la boquilla en el aparato y soplé. Tenía que soplar hasta que se apagara el piloto verde, y la primera vez no lo conseguí.
-Coja usted aire señora - dijo el Mosso. Piense que este aparato está diseñado incluso para asmáticos.
-Ah! - contesté. Pues debo ser más que asmática porque no creo que vaya a conseguirlo.
-Usted coja aire – me animó.
Pero antes de coger aire, le dije:
-Un momento, que hago una llamada.
-¿No puede usted esperar? - dijo el Mosso en tono ya un poco desesperado.
-Mire, no, le contesté. Ya verá usted, es logística.
Llamé a Encarna y le dije:
-Oye, estoy con unos Mossos muy simpáticos que me van a hacer soplar, y como estoy totalmente taja pues como que no me van a dejar marchar. Así es que pasas por aquí y me recoges.
-¿Estás loca?- me dijo Encarna. Si paso me hacen soplar a mí y dormimos todos en el cuartelillo. Además, Rafa tiene prisa.
-Pues también es verdad. Si vas taja, mejor no vienes, ya me espabilo.
Los Mossos, a todo esto, alucinaban.
-Bueno, señora, ¿va usted a soplar o no?
Finalmente, soplé. Dos veces, para que quedara claro mi estado. Y ahí empezó mi decepción. El aparato midió 0,07.
-Señora, da usted menos de lo que piensa. No está usted bebida.
-De eso nada, me enfadé. Estoy bebida y quiero soplar de nuevo. Es más, seguro que su aparato está roto.
Me dejó soplar de nuevo y nada, 0,07. Me fui muy triste, y al llegar a casa llamé a Encarna, que ya estaba en el coche con Lucía y Rafa y sin haber resuelto el tema solomillos.
-Dicen que mañana me los llevan a Mataró – me dijo Encarna.
-Pon el altavoz- le dije- que tengo algo importante que deciros a todos.
Encarna lo puso y oí las voces alentadoras de mis amigos.
-Acabo de saber, sentencié, que ya no sirvo ni para borracha. Les conté el episodio y me dieron ánimos, comprendiéndome. A Encarna se le ocurrió la gran justificación a mi disgusto:

-Esto es porque metabolizas muy bien el alcohol.
Me quedé con la frase, algo más conformada, hasta que ya casi de día me dí cuenta del horror que significaban sus palabras. Porque si yo metabolizaba el alcohol de tal forma que seis copas de tinto daban un 0,07, era porque todo aquel alcohol se convertía en celulitis. O sea, que o dejaba de beber vino tinto, uno de mis placeres, o asumía la metabolización del alcohol como parte de mi cuerpo. Dios mío!!! Qué drama!!!
Me levanté al cabo de unas horas con la firme decisión de no volver a beber tinto a menos que fuera un reserva de Muga, como el de la boda.
A primera hora de la tarde llamé a Encarna para conocer el destino de los solomillos. Así me contó el final:

-“Verás, ya de camino a Mataró y después de dejar a Rafa y a Lucía, caí en la cuenta de que dentro de la bolsa de los solomillos estaba también mi billetero. ¡Dios mío!, pensé, ¿qué hago yo ahora? Respiré hondo y pensé que dando media vuelta no solucionaría nada, así es que me acosté y, por supuesto, no dormí pensando en los putos solomillos y el billetero. A media mañana he llamado al Miramar y me han dicho que los solomillos, por fortuna, habían aparecido. Al decirles que miraran en el interior para ver si también estaba mi billetero, se han cerrado en banda y me han dicho que no podían hacerse responsables de esta situación y que en tal caso no me llevaban los solomillos a Mataró, que tenía que ir yo de nuevo allí. Bajo a Barcelona y tras unas cuantas vueltas (Encarna es incapaz de encontrar un lugar a la primera) he conseguido dar con el Miramar. Los solomillos y todos los conserjes esperaban en recepción. Lo cierto es que me sentí ligeramente observada. En cuanto al billetero respiré tranquila. Allí estaba, intacto aunque con los billetes algo húmedos. Los he colgado en el tendedero de casa y ya están casi secos”.
-¿Y qué habéis comido en casa a mediodía?
-Pues el plan B, huevos fritos con patatas.
Los solomillos pasaron directamente al congelador de Encarna, a la espera de ser cocinados el siguiente domingo.
Yo sigo pensando cómo resolver la cuestión del alcohol y su metabolización. ¿Estaré configurando un foie gigante con mi pobre hígado? A Rafa Amargo le he enviado un mail para que se tranquilice, porque anda preguntando a tods si alguien sabe algo de los solomillos de Encarna. A quien lea esta crónica post-boda, le juro que todo lo que explico sucedió.

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